Oren sin cesar. 1 Tesalonicenses 5:17 NBL
Queridos amigos, mi hermana dejó un gran vacío en mi corazón después de su fallecimiento, al no saber cómo llenarlo opté por buscar consuelo en la deidad.
Esto sucedió en mis épocas de incrédulo, por lo tanto, no puedo afirmar que buscaba al Dios de la Biblia, porque no tenía la más pálida idea de quién o cómo era Él, menos sabia de sus atributos, exigencias y bendiciones. Entonces me dirigí al lugar que más idóneo me parecía, una capilla mariana cercana a mi domicilio.
En realidad no sabía por qué acudía a un lugar, que me generaba repulsión en aquella época de mi vida. Quiero pensar que seguramente, quebrantado como estaba, recordé algo de la tradición que alguna vez aprendí. Mi resistencia hacia la religión era tan grande, que en mi temprana edad mi madre recién logró al tercer intento que hiciese la primera comunión.
Una vez sentado en un banco de la capilla me puse a observar las imágenes y en un intuitivo acto empecé a pedir ayuda a algún ser superior, pues no sabía a quién dirigirme, si a la virgen, a algún santo o al Cristo crucificado, sufriente y ensangrentado. De todas maneras realicé mis súplicas y al poco tiempo volví al ritmo normal de mi vida, sin Dios y con muchos de mis vacíos sin llenar.
Pasaron los años y gracias a la bendición de Dios puedo ahora gozar de su maravillosa gracia todos los días de esta vida. Él se fijó en mi, pues yo, en mi maldad, jamás me hubiese fijado en Él, nada había en mí que me pudiese conducir a buscar a Dios, si no fuese por su poder y misericordia, seguiría buscando todo tipo de opciones para llenar mis vacíos y estaría viviendo una vida vana.
Qué diferencia de vida, en mi anterior condición vivía con temores y preocupaciones, las inseguridades eran comunes y la desazón me perseguía con cierta frecuencia, ponía mi confianza en el dinero y en los ideales políticos y económicos, que más se ajustaban a mi mentalidad y egoísmo.
No puedo afirmar por completo ya no tener una que otra preocupación, pero es de carácter fugaz, tampoco he dejado de tener actitudes egoístas, o inseguridades de vez en cuando, pero sí puedo confirmar con absoluta certeza, que mi Señor y Dios me acompaña cuando recurro a Él en oración (y también está ahí firme cuando no recurro a Él).
Es probable que mis súplicas y peticiones no sean como conviene, aunque me esfuerzo porque estén alineadas a Su Palabra, sin embargo, me responde llenándome de gozo el alma y poniendo paz en mi corazón. Me doy cuenta que cuanto más oro más me regocijo en mi Creador.
Cuando las cosas se ponen feas el humano suele buscar cobijo o respuestas en la deidad, y una forma es elevar rezos y oraciones. Es imprescindible tener en claro que la oración, por más fervorosa que sea, no ayudará en asuntos contrarios al pensamiento de Dios. El hombre en su debilidad pide en oración cosas buenas desde su punto de vista humano, sin valorar si son lícitas o si convienen.
No hay nada de qué sorprenderse cuando los pedidos vanos, que resultan ser razonables y coherentes para quienes los hacen, convergen en oraciones vanas, que son oídas pero no pueden ser atendidas por Dios, porque van en contra de su esencia justa y santa.
Orar sin cesar implica incluir a Dios en todas las cosas de nuestra vida, sin que las circunstancias o estado de ánimo sean los que determinan nuestro deseo de orar. Cuando la conveniencia prima o la necesidad es grande se suele acudir a Dios, pero no se le permite participar de otros espacios de la vida; por ejemplo, cuando el común de la gente la está pasando bien, normalmente no tiene a Dios en su lista de invitados.
El que ora sin cesar quiere compartir todo con Dios, agradece por toda bendición, por poder perdonar al prójimo, por haber aprendido a ser prudente y prevenir riesgos innecesarios, por toda misericordia, por poder ser misericordioso, por la gracia especial y aquella común, por poder vivir en el Espíritu, por las pruebas a encarar, por la protección recibida ante el mal, por las correcciones del Señor, también por las aflicciones y dolores, y otras muchas cosas más.
Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28). Dios hace todo para el bien de su creación, pero en especial para el bien de sus hijos. Es probable que no se vea en qué o cómo alguna cosa aporta en el momento específico, pero por fe confiamos que ayudará, y será una ayuda para la eternidad.
Estemos gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación, constantes en la oración (Romanos 12:12). Que el Señor nos de paz y gozo, obrando sobre nuestros corazones, permitiéndonos estar firmes en lo bueno y persistir contra lo malo. Seamos sobrios y velemos en oración, pues el fin de todas las cosas se acerca (1 Pedro 4:7).
Les deseo un día muy bendecido.