Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. 2 Corintios 4:3-4 RVR1960
Queridos amigos, el Evangelio es un mensaje sencillo de buenas nuevas, que está disponible para todos y debería ser entendido por cualquiera. Otra cosa es que quienes lo oigan, puedan y quieran aceptar su desafío y recibir su invitación sin reparo alguno.
Cualquiera que tenga un mínimo grado de conciencia debería estar dispuesto a aceptar y aplicar el Evangelio en su diario vivir. Pero no es tan fácil para el hombre natural, pues el apóstol Pablo afirma bajo inspiración divina, que el dios de este mundo le ha cegado la mente para que no crea.
A través de la Biblia se puede leer que existe un poder del mal en este mundo. Algunos lo llaman Satanás y otros diablo, también se lo conoce como el príncipe de este mundo, príncipe de la potestad del aire, el maligno, el dios de este mundo, el dios de este siglo.
Si bien en las Escrituras se describe la forma en que el diablo llegó al mundo, lo cual confirma su existencia; a través de la historia se ha experimentado un sinfín de veces su real existencia. Todos sabemos sobre la presencia del mal, y lo real que es.
Quienes no quieren aceptar el Evangelio es porque están cegados por el mal, pues sin saberlo son esclavos del pecado y están sometidos al poder de Satanás, que se ocupa de mantenerlos bajo constante engaño y, por ende, en ignorancia. Están tan entregados al pecado, que se han vuelto insensibles y no pueden ni quieren escuchar la invitación de Dios.
Si bien Satanás se lleva su parte, el hombre natural a través de la maldad (pecado) arraigada en su corazón y su libre albedrío decide no ver voluntariamente la maravilla del Evangelio, porque va en contra de sus deseos y anhelos. Su vista está puesta únicamente en las cosas del mundo. Por ejemplo, la prosperidad, el poder, el éxito y los placeres de la vida mundana lo enceguecen, ofuscando su mente, dejándolo sin poder ver la luz del Evangelio. No busca la verdad, se inclina ante el príncipe de maldad y elige vivir sin Dios, convirtiéndose, de esa manera, Satanás en su dios.
El Evangelio hace una revelación gloriosa a la mente de los hombres, hablando de quién es Dios, lo revela como el Padre celestial y también revela a su Hijo Jesucristo como Dios, quien se encarnó y murió para la salvación de muchos. Cristo es el camino, la verdad y la vida y es la imagen del Padre, pues quien vio a Jesús también vio al Padre (Juan 14:9).
Como el diablo no puede evitar que la luz del Evangelio de Cristo esté presente en el mundo, no escatima esfuerzos para apagarla, poniendo al hombre natural en la oscuridad contraria para mantenerlo alejado de tan brillante Luz.
El Evangelio no falla en su eficacia, pues no tiene ningún defecto y menos está sujeto a algún decreto caprichoso por parte de Dios. Ya lo dijimos, aquellos que no pueden ver la luz del Evangelio tienen las mentes cegadas. El trabajo del maligno es evitar que el hombre natural pueda comprender la gloria de Dios reflejada en Cristo (2 Corintios 4:4).
Ni el mejor de los hombres puede hacer algo en contra del poder maléfico de Satanás. El único recurso para defenderse de los embates del maligno es el poder de Dios. El poder del Evangelio opera a partir de la misericordia y gracia de Dios, y del nuevo nacimiento, condición que lleva a contar con nuevos sentidos espirituales: ojos para ver y oídos para oír espiritualmente.
Es recién entonces que Satanás deja de tener dominio sobre las personas, pues ellas pueden ver la gloria de Dios con sus nuevos ojos. El Evangelio empieza a brillar en sus corazones, la luz del Espíritu ilumina todo lo que antes no podían ver por estar andando por caminos oscuros. A partir de este punto Satanás a lo sumo puede tentar a los nacidos del Espíritu para hacerlos caer en pecado, pero sabe que con ellos Dios ganó la batalla.
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.