Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Filipenses 2:21 RVR1960
Queridos amigos, el egoísmo es una condición inseparable del hombre natural, más aún en estos tiempos donde el ego y el individualismo son cada vez más el centro de la vida humana.
En el mundo el egoísmo es condenado en la medida en que se convierte en una actitud en contra de la sociedad o de otros, es decir cuando se llega a defender solamente los propios intereses sin tener en cuenta los de los demás de manera demasiado evidente.
El principio de egoísmo suele usarse como base para alegar, que a través de él las personas consiguen ser felices, pues retienen lo que mayor gozo les causa. El egoísmo caracteriza las relaciones de propiedad privada, en contraposición a la (pseudo) moral comunista/socialista que condena cualquier tipo de egoísmo.
El egoísmo conduce a que el hombre quiera ser siempre el primero en satisfacer sus necesidades y anhelos; porque todos buscan lo suyo propio. ¿No les ha pasado que, por ejemplo, no solo buscaban satisfacer su hambre, sino que deseaban tener el mejor pedazo de carne de la fuente?
El egoísmo como cualidad moral se valora generalmente de manera negativa en la historia de la conciencia moral de la humanidad, aunque no haya nadie que pueda tirar la primera piedra.
Si cada uno busca lo suyo propio, difícilmente buscará lo que es de Jesucristo. Se antepondrá a sí mismo, a su familia, su trabajo, su círculo social, sus vacaciones y viajes, sus diversiones y comilonas, y si con el estómago lleno llega a pensar en Cristo, quedará, quizás, en un mero pensamiento…
El apóstol Pablo no se está refiriendo a los impíos que velan por sus propios intereses, más bien demuestra preocupación por los creyentes genuinos, que por el exceso de actividades laborales, familiares y sociales no se dejan tiempo para Jesucristo.
Está diciendo que los afanes de la vida los tienen tan absorbidos, que nos les queda tiempo para la labor cristiana. La falta de dedicación específica para Cristo Jesús es un mal general de muchos de los convertidos de estos tiempos. La mayoría asiste al culto los domingos, suele tener una reunión de célula a la semana, lee un poco de la Biblia, se dedica a escuchar música cristiana y vive una vida entre el mundo, su casa y quizás algunos hermanos en Cristo. Pero no se entrega a su Señor como Él quiere, no vive para la causa de Jesucristo.
Pocos están dispuestos a sacrificar su bienestar o sus ingresos para darle tiempo a Jesucristo. Pero cuando las cosas del Señor son compatibles con sus intereses, se muestran muy predispuestos.
Lamentablemente seguir a Cristo conlleva sacrificio: Si alguno viene a mí, y no me prefiere a su padre y a su madre, y su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y aún a su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lucas 14:26).
Cristo no desea que desechemos a la familia. Él busca ser lo principal en el corazón y la mente. Que nuestros pensamientos, palabras y acciones sean como los de Él. Y que nuestra lucha por Él sea como la causa que determina nuestra vida o nuestra muerte.
La causa de Jesucristo incluye vivir sin mirar cada uno lo suyo propio, sino también lo de los otros (Filipenses 2:4). Y también abarca que ninguno busque su propio bien, sino el del prójimo (1 Corintios 10:24).
Porque el Señor Jesucristo murió por todos, para los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió, y resucitó por ellos (2 Corintios 5:15). Jamás buscó lo suyo propio, sino el bien de los demás, entregando su vida en acto sacrificial.
Los hermanos en la fe debemos meditar sobre nuestra identificación con la causa de Cristo Jesús y cuánto queremos aportar para ella.
Que no se nos acuse de estar buscando solo lo nuestro.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.