El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios. Juan 8:47 RVR1960
Queridos amigos, en general la dura afirmación de que alguien no es de Dios, no incómoda mayormente a la gente, porque no se dan cuenta de la gravedad del caso de no ser de Dios.
Los fariseos creían firmemente pertenecer a Dios y cuando Jesús afirmaba lo contrario, se escandalizaban. No solo les decía que no eran de Dios, sino que pertenecían a su padre, el diablo, y que además estaban dispuestos a darle gusto, realizando sus deseos.
Los judíos fariseos no contaban con fe genuina, motivo por el cual su entendimiento se mantenía cerrado. Aquellos que carecen de fe verdadera no tienen al Espíritu de Dios en sí mismos, la condición indispensable para comprender y aceptar las cosas de Dios.
Quien sigue sus propios caminos y se aferra a sus propias ideas, normalmente no deja cabida para las cosas de Dios en su vida, motivo por el cual no tiene ojos para reconocer a Jesucristo y menos aceptar sus palabras. Hay muchos que afirman caminar con Dios en un sentido religioso, pero esa religiosidad hace que se aferren a sus propias ideas religiosas sin tomar en cuenta lo que Dios realmente es y quiere.
Son personas que buscan servir a su manera a un Dios que no conocen, con quien no tienen ninguna relación. Y si se les dice que son extraños para Dios, se enojan y responden hasta agresivamente. En ese sentido, los fariseos trataron a Jesús de hereje, lo cual no debería sorprendernos, aunque nos disguste; si Jesús se presentara en estos tiempos se lo trataría de similar manera.
Y el diablo tiene gran parte en todo esto. Satanás es experto en influenciar negativamente a los hombres, sus principales armas son el engaño y la mentira, y lo que pone en sus mentes es para destruir sus almas. Es amante de los excesos y consigue que los hombres sean casi tan destructivos como él.
Sus engañosas elucubraciones hacen creer a los hombres que lo malo es bueno y lo bueno malo, dando rienda suelta para la proliferación del pecado, como si fuera algo normal y bueno. Se ocupa de sembrar malicia, codicia, soberbia, lujuria, odio, mentira, ira, envidia, corrupción, y todo tipo de maldad para conseguir alejar a los hombres de Dios.
Su invitación para hacer el mal es constante y los hombres ciegos caen en su trampa, convencidos de que su vida está bien, que no tienen de qué preocuparse; entonces no encuentran motivo para no rechazar a Cristo seguros de que lo que Él predica no es bueno por lo contradictorio a su forma de pensar y de vivir.
Aunque el diablo tenga tanta influencia sobre los hombres, la responsabilidad sobre los propios actos recae en cada uno de manera individual, así como el arrepentimiento también es individual. Al hombre natural le encanta poner a prueba la Palabra de Dios pero cuando recibe respuestas no está dispuesto a creer, al igual que los fariseos que ponían en constante prueba a Jesús.
Los judíos creían que por ser descendientes de Abraham eran hijos de Dios, al igual que muchos que dicen profesar la fe cristiana se consideran hijos de Dios. Lo que no tomaron en cuenta los judíos es que no todos los descendientes de Abraham son hijos del Padre celestial, por ejemplo, Ismael y Esau no forman parte del pueblo escogido por Dios y eran hermanos de Isaac y Jacob respectivamente.
Si bien todo hijo tiene derecho a una herencia y esa podría ser una motivación para desear ser hijo, los verdaderos hijos deben ser obedientes a su Padre y llevar adelante una vida acorde a lo demandado por Él.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.