El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Efesios 4:28 RVR1960
Queridos amigos, no deja de impresionarme la frase dicha por Jesús a la mujer encontrada en acto de adulterio: Ni yo te condeno; vete, y no peques más (Juan 8:11).
La gracia de Dios juntamente con su misericordia lleva a que multitud de pecados de grandes pecadores sean perdonados. Mi imaginación me lleva a ampliar la mencionada frase: Yo no te condeno porque morí en muerte sustituta por ti, te regalo fe y para que no peques más tendrás tristeza que es según Dios, la cual produce arrepentimiento.
El arrepentimiento genuino es un cambio radical de voluntad, de sentimientos, de actitud hacia el pecado y la justicia, sin duda es un cambio de corazón. Es decir que el verdadero arrepentido, el arrepentido de corazón, sentirá tristeza por su pecado según la voluntad de Dios, y esa tristeza traerá al pecador arrepentido a los pies de Cristo para recibir perdón, dejar sus pecados y enderezar su vida.
Una convicción genuina de que ha hecho lo malo crece en el creyente y contrista terriblemente su corazón. No es cualquier tristeza, se tiene el ejemplo de Judas Iscariote quien estaba tan triste que se ahorcó, pero no se arrepintió ni volvió a Cristo para recibir el perdón, hablamos de una tristeza especial, es “tristeza según Dios” (2 Corintios 7:10).
A pesar del sentimiento de vergüenza y humillación que acompaña al verdadero arrepentimiento a causa del pecado, el pecador no deja de confesar sus pecados ante Dios, quiere confesar sus transgresiones. Maravillosa promesa la de nuestro Señor de perdonar nuestros pecados y de limpiarnos de toda maldad, si solo se los confesamos (1 Juan 1:9).
No solo se trata de confesar los pecados con amargura de corazón, es necesario dejar el pecado para andar por el camino de justicia. El apóstol Pablo pregunta ¿cómo viviremos en pecado, si hemos muerto al pecado? (Romanos 6:2).
Finalmente, queda enmendar las cosas con los hombres. El ejemplo de Zaqueo, el cobrador de impuestos, es extraordinario, pues tuvo la actitud de restituir el mal que había hecho con bien. Dijo que devolvería por cuadruplicado a quienes había defraudado (Lucas 19:8).
La figura del que “hurtaba no hurte más y trabaje para tener algo que dar al prójimo” es poco aplicable para un impío, aunque deje de hurtar, porque se reformó, tendrá en su corazón poco afán por dar, incluso si tuviera el anhelo de dar, sus motivaciones no serían las de Dios.
Esto solo funciona en los convertidos verdaderos, en quienes se obra arrepentimiento genuino en el corazón y nace el deseo de compartir con el que padece necesidad. Es un acto de amor cristiano para con el prójimo y los hermanos en Cristo.
Vuélvete de tu adulterio y enseña a otros a no adulterar; deja de hablar palabras corrompidas y recomienda lo bueno, lo sano, lo justo; conviértete en honrado trabajador para que consigas algo para darles a los más necesitados que tú.
El creyente genuino se convierte de su pecado a través del arrepentimiento y busca revertir lo malo que hizo, haciendo lo bueno, lo puede hacer trabajando para ayudar a otros y luchando contra el pecado.
La flojera lleva a querer conseguir cosas de manera sencilla, es decir robando. Los ociosos que no trabajan están tremendamente expuestos a la tentación de robar. El trabajo sano y digno ayuda a ser librado de la tentación para vivir honestamente, y permite hacer el bien dando para las necesidades del prójimo.
Volvámonos de nuestro pecado, arrepintámonos y convirtámonos, pues Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan (Hechos 17:30). El arrepentimiento fue el primer mensaje en el ministerio de Juan el Bautista (Mateo 3:2), el primer mensaje en el ministerio del Señor Jesucristo (Mateo 4:17) y el primer mensaje en el ministerio del Espíritu Santo por medio del apóstol Pedro (Hechos 2:38). Y también debe ocupar un lugar prominente en la vida y enseñanzas de todo cristiano.
Les deseo un día muy bendecido.