Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8:11 RVR1960
Queridos amigos, nos encontramos ante una de las historias más conocidas y significativas del Nuevo Testamento. Una mujer adúltera es llevada a la fuerza donde Jesús, no solo con el objetivo de juzgarla, sino con la intención de desacreditar al Maestro.
Los fariseos y escribas andaban buscando cualquier ocasión para confrontar a Jesús y “hacerle pisar el palito” a fin de descalificarlo públicamente. Es probable que pensaran que esta era la mejor oportunidad para ponerlo en entredicho, pues si decía que había que cumplir la ley y apedrearla, se pondría en dificultad con los Romanos, quienes habían prohibido a los judíos realizar ejecuciones. Por otro lado, si decía que era necesario perdonarla, se estaría oponiendo a la ley de Moisés, y peor aún, estaría siendo permisivo ante el flagrante adulterio.
Como siempre, Jesús respondió de manera imprevisible para los hombres, dándole vuelta a la acusación, convirtiendo a los acusadores en acusados. En su respuesta no iba en contra de la ley y tampoco liberaba de la culpa a la mujer, tampoco confrontó a los fariseos por su falso celo.
Invitó al que estuviera sin pecado a tirar la primera piedra. Fue un momento en que todos entraron en reflexión, pues podían haberse indignado de que se les acusara de pecadores, pero no lo hicieron. Sus conciencias fueron confrontadas y un problema legal fue transformado en tema moral. Los fariseos confrontados con su propio pecado se fueron alejando uno a uno, desde el más anciano hasta el más joven; no solo acusados por su conciencia, sino también por la presencia del Señor, hasta que no quedó ninguno.
Observemos las intenciones nada piadosas de los acusadores, sumadas a su soberbia y a su supuesta virtud intachable. No dan señales de misericordia. Según ellos la ley se debe cumplir a rajatabla sin la menor muestra de piedad, porque transgredir implica caer bajo maldición y castigo.
Por otro lado, está la mujer en un estado miserable, no solo por su pecado, sino por la vergüenza y la humillación. Es probable que al haber sido encontrada en pleno acto de adulterio la hayan llevado semidesnuda. Una persona en estado de miseria total se encuentra con la misericordia de Cristo, sin que la justicia pierda fuerza o relevancia.
Jesús no pasaba por alto el pecado de adulterio, pues al decirle que no pecara más, le estaba dejando en claro que había transgredido la ley. Pero su compasión se demostró en no refregarle su pecado en el rostro. Es un equilibrio difícil de lograr, pues para hacer justicia es necesario mostrarse estrictamente apegado a la ley, no es fácil mostrarse demasiado amistoso, mientras se muestra misericordia al mismo tiempo.
Cada pecador es confrontado ante Cristo y Él está dispuesto a perdonar todos sus pecados, sin importar su dimensión o gravedad. El llamado para todos es “no pequen más”, es una invitación para que los pecadores se arrepientan, contiene la mayor intención de salvar.
Jesús busca el arrepentimiento de todos, le muestra su gran misericordia a la acusada y la perdona bajo la condición de que no peque más, y la conciencia de los acusadores es confrontada con sus pecados y al alejarse demuestran que los reconocen, solo les falta el arrepentimiento.
Cristo no vino a juzgar, porque vino a salvar, motivo por el cual no intervino como juez. Los creyentes tampoco somos llamados a juzgar, aunque podemos ejercer sano juicio cuando es necesario. Si se juzga de mala manera, la condenación es para uno mismo, especialmente cuando se hace lo mismo que se juzga.
Cristo no condenó a la mujer adúltera, es decir, la perdonó. Son bienaventurados los que no son condenados por Cristo, siempre y cuando anhelen vivir alejados del pecado y se esfuercen por no pecar.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.