Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. Juan 4:48 RVR1960
Queridos amigos, incluso cuando la necesidad apremia algunos mantienen su orgullo en alto sin entender, que bajando el tono, siendo amables y especialmente humildes, podrán obtener mejores resultados.
Ese no fue el caso del oficial del rey, probablemente un noble y alto funcionario, quien no dudó en humillarse rebajándose a pedir un favor a alguien de posición social muy inferior. Recorrió un largo trecho, se estima entre 30 y 35 Km a fin de pedir socorro a un hombre sencillo del pueblo.
Su hijo estaba al borde de la muerte y había escuchado que había un hombre llamado Jesús, que podría ayudarle. No solo se había despertado un sentido de urgencia en él, sino que no dudó en recorrer un largo camino con la confianza de que su esfuerzo tendría éxito.
Cuando estaba delante de Jesús no dudó en referirse a Él como Señor, algo muy atípico en una autoridad, que además debió sorprender a los presentes, porque se trataba de una persona con autoridad legal sobre todos. Le rogó (humildemente) para que fuera a sanar a su hijo.
Mucha gente caminaba acompañando a Jesús, la mayoría impulsada por la curiosidad de ver sus obras y otros, los menos, por ser sus seguidores. La respuesta de Jesús ante la demanda del noble pudo haberle caído como un baldazo de agua fría, pues estaba diciendo que muchos creen solo cuando presencian obras milagrosas.
Lo más probable es que dichas palabras estaban dirigidas a la muchedumbre de curiosos más que al afligido noble. Pero el noble probablemente las recibió como para sí mismo y las aceptó humildemente, pues no se dio por aludido. La reacción normal en una autoridad hubiera sido la de sentirse ofendida, enojarse y alejarse con el orgullo herido o tomar alguna represalia.
A Jesús le interesaban las personas de fe, quizás su comentario estaba preparado para probar a la autoridad, si reaccionaba negativamente se demostraría que su fe no era auténtica. El oficial se mantuvo firme en su propósito y sin más preámbulos le pidió, que le acompañase antes de que su hijo muriese.
Jesús al ver su fe, le solucionó el problema de inmediato, diciéndole que retornase a casa, porque su hijo ya estaba sanado. Es necesaria una dosis alta de fe para creer lo que Jesús le dijo y retornar a casa con prácticamente las manos vacías. Es probable que el noble no anduviera solo y que sus acompañantes sugiriesen, que debía insistir en que Jesús lo acompañase.
Pero su fe era grande y confió en las escuetas palabras de su Señor, llevándoselas en el corazón como consuelo. La fe verdadera conduce a confiar ciegamente. Pero no es una confianza loca ni fanática, porque se trata de Jesús, quien es la Verdad en sí mismo y todo lo que Él dice es verdad.
No creo que en el largo camino de retorno a casa el oficial se haya estado preguntando si sería verdad o no, porque observamos que no volvió de inmediato. Su fe hacía que no dudase de las palabras de su Señor, porque cuando Jesús dice algo es verdad definitiva y él sabía y creía fervorosamente. Con la certeza de que su hijo estaba sanado se tomó su tiempo para retornar.
El entorno del noble era mundano y muy probablemente muchos pensaron que estaba chiflado después de oír su historia. Pero los hechos hablaban por sí mismos, Jesús había obrado un milagro de sanidad física, pero el mayor milagro estaba en la conversión del oficial y de toda su casa.
Manifestar su fe en Jesús a otros le sería difícil, se burlarían y se reirían de él, como el común de la gente suele reaccionar con los creyentes que les manifiestan las maravillas de Jesús. Se trataba de una autoridad con poder, pero hasta los más grandes deben doblar rodillas ante Dios.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.