Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Mateo 12:36 RVR1960
Queridos amigos, en los países anglosajones existe una canción para niños llamada “sticks and stones”, su principal estrofa dice “los palos y las piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca me romperán”.
Se trata de una mentira piadosa para que los niños no se desanimen ante agresiones verbales. La verdad es que las palabras pueden herir más que un buen palazo o piedrazo.
Las palabras tienen un poder tan fuerte que no solo hieren, sino que pueden quedarse grabadas para siempre en el corazón y alma. Comparar a las palabras con un cuchillo es otra analogía que se usa, un cuchillo bien utilizado es de mucho provecho, en tanto que un cuchillo en las manos equivocadas puede ser de mucho peligro y daño.
Las palabras son producto de los pensamientos y se producen a través de la lengua humana, una parte pequeña del cuerpo, que tiene el poder de generar impacto muy negativo cuando no se usa bien (Santiago 3:1-12).
En el libro de Proverbios 18:21 ya se escribió lo que las palabras (inadecuadas) pueden acarrear: “La lengua puede traer vida o muerte; los que hablan mucho cosecharán las consecuencias.”
La forma de hablar y expresarse de una persona ayuda a determinar lo que su corazón alberga. Del corazón emanan los pensamientos que luego se traducen en palabras. De un corazón entenebrecido por la corrupción moral sólo puede fluir oscuridad y contaminación (Mateo 12:35).
De un corazón perverso salen las malas palabras, las agresiones verbales, los chismes, las mentiras, las falsedades, los halagos engañosos y un sin fin de palabras ociosas.
Todo pecador nacido de nuevo admitirá haber tenido un corazón sumido en la podredumbre del pecado y el hombre natural, sin excepción alguna, tiene el corazón malo en términos espirituales, aunque no lo admita.
¿Cómo se puede solucionar esta grave situación de maldad? Para el hombre natural un cambio externo en el vocabulario puede verse como salida, lo cual aporta de manera parcial a la solución del problema.
Lo que verdaderamente ayuda, y además de manera definitiva, es un cambio desde adentro, que únicamente el poder del Espíritu Santo puede lograr.
Solo cuando se acepta a Cristo como Señor y salvador se genera una conversión a nivel espiritual, obrada por el Espíritu Santo, llamada regeneración. El espíritu del hombre natural es traído a vida nueva, convirtiéndose éste en hombre espiritual nacido de nuevo.
Este proceso lleva a arrepentimiento y a pedir perdón por los pecados cometidos. El Espíritu Santo bendice con convencimiento de pecado y la transgresión comienza a dolerle al convertido.
Esta transformación milagrosa genera un cambio en el corazón, la Biblia habla de pasar a tener un corazón de carne después de haber vivido con un corazón de piedra.
El cambio se lleva a cabo de manera paulatina, es un proceso en el cual el creyente va amoldando su forma de pensar a los pensamientos de Jesucristo. De esa manera el contenido de su corazón también se va transformando.
El objetivo del convertido debe ser buscar la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en su vida: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad (Gálatas 5:22) a través de una vida de piedad. El resultado será un corazón, una lengua y palabras acordes a la mente de Cristo.
Las palabras amorosas ayudan a sanar, las palabras de aliento motivan a seguir adelante y las palabras dichas con justicia pueden salvar vidas. La palabra alegre le hace sonreír al triste y la palabra oportuna puede ahorrar tiempo, esfuerzo y dinero. Una palabra amable allana las relaciones, una palabra dulce amaina vientos de tempestad y una palabra sabia ayuda a tomar mejores decisiones. Por el lado opuesto las palabras amargas ayudan a crear rencor, odio y discordia, así como las palabras ásperas lastiman y aquellas violentas matan.
Que el Señor ponga sabiduría en nuestros corazones para quitar las palabras ociosas de nuestras bocas.