Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, 1 Timoteo 6:20 RVR1960
Queridos amigos, muchos comentan con total seriedad el hecho de ser responsables sobre algo o alguien, porque les fue encomendado.
Como ejemplo, se toma el pedido final de una persona cercana a la muerte como algo muy serio, especialmente cuando el encomendado empeña su palabra, afirmando de manera positiva, que cumplirá fielmente el encargo. El agonizante suele decir, “gracias, ahora me puedo morir en paz”.
En este caso nos encontramos ante un encargo que excede a la mayor de las encomiendas. Guardar el Evangelio como un tesoro que ha sido entregado por Dios, se convirtió en un reto de vida para Timoteo.
No existe responsabilidad más grande que la de cuidar las cosas de Dios. Lo encomendado por Dios solo puede tratarse de un pedido perfecto, y si está relacionado con Él, es para la eternidad. Timoteo sabía en su corazón y en su mente, por el discernimiento recibido del Espíritu Santo, que las palabras escritas por su padre en la fe, el apóstol Pablo, eran verdades provenientes de Dios.
Este fuerte pedido al final de la primera epístola a Timoteo resume su contenido; el amado hijo en la fe estaba llamado a guardar las enseñanzas y exhortaciones escritas por el apóstol bajo inspiración divina. La motivación de Timoteo era principalmente su amor por Dios. Manifestaba un amor especial por Pablo, sin embargo, tenía claro que Jesucristo era quien se había sacrificado por él, se había convertido en su salvador y redentor.
Timoteo nació en Listra y era hijo de Eunice, quien, juntamente con su madre Loida, se ocupó de enseñar a su hijo las Escrituras del Antiguo Testamento. Tanto Eunice como Loida eran judías posteriormente convertidas al cristianismo. El Padre de Timoteo era de origen griego.
Tanto la abuela como la madre se ocuparon de enseñarle en la fe desde pequeño, sin embargo, fue Pablo quien le llevó a Cristo durante su primer viaje misionero. Se trataba de un discípulo muy joven, de buena reputación por ser muy piadoso. Se estima que acompañó a Pablo cuando apenas tenía veinte años.
El nombre Timoteo deriva de dos palabras griegas, Timán, honrar, y Theos, Dios. Significa en su sentido literal “el que honra a Dios”. Un nombre cargado de significado y deber.
El apóstol Pablo fue claro al momento de determinar el destinatario de su carta, sin embargo, el valor de la epístola paulina es para todos los creyentes. Por tanto, los convertidos somos llamados a ser Timoteo, pues debemos honrar a nuestro Dios y Señor Jesucristo.
Por consiguiente, todo creyente tiene el mandato de servir en alta honra a Dios. Lo que se nos ha encomendado está claramente definido, nada le podemos añadir o quitar a causa de nuestra imaginación o deseos. Se trata de algo recibido sin haberlo esperado y menos planificado. No debemos distorsionar nada de la enseñanza, aunque algunas cosas no nos gusten o convenzan. De ninguna manera podemos asumir el rol de autor, solo nos queda ser fieles cuidadores y defensores del Evangelio.
En ese sentido, debemos evitar las profanas pláticas sobre cosas vanas. En especial a los llamados evangélicos les gusta discutir sobre ciertas doctrinas que llevan a división entre hermanos en Cristo, motivo por el cual, por ejemplo, existen tantas denominaciones.
El creyente verdadero debe huir de las controversias, la iglesia no puede convertirse en un ring donde se dirimen discusiones teológicas. Quienes hacemos parte de la Iglesia de Jesucristo debemos estar unánimes en nuestra fe, sin distraernos con temas sin relevancia verdadera.
La ciencia, en especial en estos tiempos, se ocupa de alejarnos de la verdad, haciéndonos creer que nos acerca a ella. Pablo condenaba los argumentos tanto del intelectualismo como del conocimiento humano. En ambos casos el humanismo domina, dejando a Dios afuera o solo como algo tangencial y poco esencial.
Si Jesucristo es verdaderamente nuestro Señor y salvador, debemos tener en el corazón el anhelo de ser guardadores del Evangelio. Si así fuere, tenemos el deber de actuar como acérrimos defensores de su causa. El celo, el conocimiento de las Escrituras y su obediencia son requisitos para el buen siervo, que quiere servir amando a Cristo con todas sus fuerzas, con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente.
Les deseo la bendición de gracia, para que anhelen honrar a Dios de verdad.