teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; Efesios 4:18 RVR1960
Queridos amigos, quienes no conocen a Dios, e incluso muchos que dicen conocerle, infravaloran el pecado, porque no disciernen su significado ni su implicancia, o como mucho lo vislumbran como algo que no está bien moralmente.
Es consecuencia de un corazón entenebrecido disfrutar del pecado haciéndolo parte del diario vivir. Los ejemplos son incontables, aunque existen varios que son comunes por estar legal y socialmente aceptados.
Subsisten economías enteras gracias al pecado del hombre relacionado con los placeres de la carne, están las gigantes industrias legales del tabaco, de las bebidas alcohólicas, de los juegos de azar, de la prostitución, además de la incontable oferta de la industria de la diversión.
Esto es parte de lo terrenal en el hombre natural, es decir los pecados que el apóstol Pablo menciona en Colosenses 3:5 y 3:8 tales como fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos, avaricia, ambiciones desmedidas, irá, enojo, malicia, blasfemia y todo tipo de palabras deshonestas, que se generan cuando se participa activamente del mundo. Nadie se libra de por lo menos uno de los pecados listados.
Hay quienes dicen que es rico fumarse un cigarrillo después de una buena comida o cuando se comparten momentos con los amigos, los cuales son más gratos si van acompañados de bebidas alcohólicas y sus aditamentos. De ahí provienen los pobres fumadores empedernidos, que son esclavos de su vicio y muchos borrachos que terminan en maledicencias, contiendas, lascivias, fornicación, prostitución, accidentes, etc.
Estos son ejemplos de la vida pagana y de las muchas cosas que deben abandonarse. Los incrédulos por andar en la vanidad de su mente se interesan por cosas vacías, sin importancia, porque su corazón a causa de su dureza (como la piedra) es insensible. Observamos el terrible efecto petrificador del pecado, pues a mayor pecado mayor dureza e insensibilidad.
Los impíos tienen el entendimiento entenebrecido, por tanto, aman más estar en tinieblas que en luz. El solo hecho de pensar en las cosas que conlleva una vida en santidad les repele, aborrecen las cosas de Dios y ven las Sagradas Escrituras como un libro antiguo escrito por antiguos para antiguos.
El pecado crece en progresión, pues una concupiscencia se apoya en la otra, y la satisfacción de los deseos desmedidos es un terrible engaño disfrazado de placer y felicidad. Cuando se tiene la consciencia cauterizada (1 Timoteo 4:2) es fácil y agradable seguir al pecado, el sentimiento de culpa y de vergüenza es cosa del pasado. La oscuridad obra para evitar que no se alumbre la verdadera situación miserable y de muerte, conduciendo al estado de falsas dicha y fortuna.
En oposición a la mente del impío el creyente verdadero cuenta con una mente renovada, que está rendida a Jesucristo. El convertido anhela transformar su entendimiento para seguir la voluntad de Dios, las cosas del mundo y de la carne dejan de ser atractivas para convertirse en desagradables. A través del arrepentimiento vive un cambio radical en su estilo de vida y conducta personal, dejando de conducirse como el resto del mundo.
Vivir como hijos de luz es dejar la vida pasada de pecado, sin embargo, tan radical cambio no se lleva a cabo de manera inmediata, se trata de un proceso gradual. A pesar de que el convertido es nacido de nuevo a una renovada naturaleza no adquiere de forma automática los pensamientos y actitudes de Cristo.
A partir del nuevo nacimiento comienza el camino en santidad, por el cual hay que transitar atentos tratando de imitar sin cesar a Cristo. Dios es bueno y pone el querer como el hacer en el corazón de sus hijos. Incluso en aquellos en que se observan cambios más lentos, se verá una verdadera transformación.
Recordemos que todo creyente genuino ha sido crucificado juntamente con Jesucristo para que su cuerpo de pecado sea destruido a fin de no servir más al pecado (Romanos 6:6). Si el Espíritu de Dios mora en el creyente, éste ya no vive según la carne sino según el Espíritu (Romanos 8:9).
Nutrámonos de la Palabra escrita y estemos atentos a nuestros pensamientos y actos comparándonos constantemente con la verdad, pidiéndole a Dios que obre sobre nosotros pecadores.
Tengan un día muy bendecido.