Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo. Efesios 5:14 RVR1960
Queridos amigos, cuando los peores pecadores se arrepienten, porque han creído el evangelio, son convertidos en hijos de obediencia, entonces la ira de Dios se aparta de ellos.
Si somos conscientes de que estamos bajo la ira de Dios por nuestros pecados, y conocemos las consecuencias de dicha ira, ¿podremos tomar a la ligera lo que la provoca? ¿O tendrá más fuerza sobre nosotros el terror de la condenación, para dejar de provocar más ira divina?
La penosa respuesta del impío es: “no me importa, porque vivo anestesiado, y aunque me cause algo de miedo, al final no le doy mayor importancia”. En tanto que, la respuesta del creyente es: “debo esforzarme por no pecar, pues no deseo herir la santidad de mi Dios, menos quiero provocar su santa ira”.
Cuando Cristo le dijo a uno de sus seguidores “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22) no estaba hablando de zombis, sino que invita a centrarse en su llamamiento, que parafraseando podría significar: “no descuides el llamado espiritual que te he hecho, deja a aquellos que no tienen vida espiritual (o están muertos espiritualmente) que se ocupen de lo que les corresponde”.
En el libro de Efesios 2:1 se confirma que todo ser humano sin Cristo está muerto espiritualmente en sus delitos y pecados. Finalmente en Juan 3:18 indica: el que no cree, ya ha sido condenado, y la condena es muerte, por tanto, el resultado es que está muerto.
Es muy probable que el versículo que nos ocupa esté basado en Isaías 60:1 donde el profeta hace una invitación (podría ser al recién convertido): Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.
Tú que estás muerto en tus delitos y pecados, puedes levantarte de tu tumba gracias a la obra redentora del Señor Jesucristo, gracias a su derramamiento de sangre en la cruz del calvario tus pecados ya no serán contados delante de los ojos de Dios.
Cristo brillará en ti como cuando el sol resplandece después de una tormenta. Despierta, levántate del polvo, vístete con tus mejores ropas y agradece en profunda oración, pues la cruz del Señor se está haciendo efectiva en tu vida.
Los hijos de Dios surgimos de entre aquellos que aún están muertos en delitos y pecados, y yacen en sus tumbas. Se puede y se debe sentir misericordia por ellos, pero un vivo difícilmente puede tener compañerismo con un muerto, menos complicidad.
Los impíos caminan a tientas porque no tienen luz y avanzan sin conocer su destino final, haciendo lo malo y jactándose de ello. El resultado de sus obras es la destrucción y la muerte. El convertido no debe participar ni simpatizar con dichas obras, si lo hace se convierte en cómplice.
La luz expone lo malo, cualquier mal que sea sacado a la luz deja de ser, mientras se continúe haciendo lo malo en secreto, se seguirá haciendo. Limpiemos nuestros corazones exponiéndolos a la luz purificadora de Jesucristo.
Cuando Cristo alumbra con su luz, ya no es necesario hacer esfuerzos de la carne, pues es su poder el que salva, el que trae a vida nueva. Pero es necesario creer en el Hijo de Dios como Señor y salvador, pues la fe y solo la fe justifica de pecados.
Llamemos a los que están durmiendo y muertos en pecado para que se despierten y se levanten. Estamos llamados a predicarles el evangelio para que Cristo les ilumine con su santa luz.