Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Gálatas 6:1 RVR1960
Queridos amigos, por lo general el que resbala cae. Nadie puede decir yo tiraré la primera piedra, si en verdad tiene conciencia de su pecado.
Hay quienes se creen tan buenos y rectos, que cuando observan a un tercero en una acción equivocada no dudan en emitir un duro juicio mostrando muy poca simpatía y ninguna empatía. Es tan normal que cuando no se conoce a Dios uno se considere más sabio y mejor que los demás, además suele saber mejor cómo hacer las cosas.
Ese es el actuar común de muchos impíos, que aunque no lo demuestren externamente lo que observan es juzgado en sus mentes con un sentido de superioridad. Por ejemplo, en estos días están de moda los políticos y estos bailan en las bocas de los electores, quienes no dudan en emitir juicios de valor sobre cada uno de ellos sin haber intercambiado una sola palabra, basta una tendencia política para encasillarlos como buenos, medianos o malos.
Más allá de que tengan o no la razón, porque en general si piensas mal acertarás, por lo menos con los políticos, el juicio que ejercen no es justo juicio, pues no miran el tronco en sus propios ojos y tampoco realizan su crítica bajo parámetros de misericordia. Así como se da con los políticos, puede suceder con cualquier otro que tenga la mala suerte de caer en desgracia ante ellos sólo por no caerles bien.
Esas actitudes son simple y llana vanagloria, pues el parámetro de comparación o la vara con la que miden son los errores de quienes son juzgados, sin tomar en cuenta sus propios grandes errores, de esa manera encuentran el justificativo ideal para vanagloriarse.
No es otra cosa que un engaño a sí mismo, con la consecuencia de caer mucho más que la persona que es juzgada, y los efectos serán lamentables, pues consiguen un alejamiento de Dios cada vez mayor. Al hombre natural sus propios pecados le parecen insignificantes cuando se trata de juzgar los pecados del otro, pero serán una carga inconmensurable cuando se encuentre en el juicio delante del Señor.
Mientras menos peso se sienta por lo propios pecados, más clara es la condición de estar muerto en delitos y pecados, esa es la terrible condición del hombre natural. La carga espiritual del pecado solo puede darse en aquellos que han nacido espiritualmente de nuevo y tienen sentidos espirituales, es decir ojos para ver y oídos para escuchar las cosas espirituales.
La Palabra nos enseña a actuar de otra manera, nos conduce a ser ante todo humildes, mansos y misericordiosos, a pensar en cuánto peores podemos ser o cuánto más bajo podríamos caer, y nos invita a ser parte de la solución y no del problema, porque nuestro deber cristiano es ayudar a la persona que tropezó a ponerse de nuevo de pie, no se fija en la fea enfermedad sino en la cura posible.
El creyente (y ojalá el impío también lo hiciera) debe auscultar su corazón para verificar sus comportamientos, pues mientras mejor conozca su corazón menos se ocupará de menospreciar a su prójimo, y estará más dispuesto a no juzgar y obrar con misericordia ante el pecado.
Por otra parte pensar que uno no necesita ayuda es un tremendo error. De igual manera creer que uno no puede ayudar es otra equivocación garrafal. La ayuda brindada o recibida en el momento adecuado puede ser de gran bendición.
Especialmente dentro del cuerpo de Cristo, de donde todos los creyentes verdaderos son miembros, estos deben obrar como los miembros del cuerpo humano, como una mano que fricciona el músculo para quitar el dolor del hombro o como las pestañas que evitan el ingreso de cuerpos extraños en los ojos.
Si se observa a un hermano desviándose del camino estrecho es menester acercársele para exhortarlo en amor, mansedumbre y humildad. Si se consigue restaurarle será de gran gozo para ambas partes. Eso sí, considerándose a uno mismo: Así que, el que piense estar firme, mire que no caiga (1 Corintios 10:12).
Mientras el Espíritu de Cristo nos lleva a anhelar la restauración del pecador, el espíritu del mundo se goza en el pecado. Sabiendo esto, nuestro actuar debe priorizar el cómo ayudar al caído y de ninguna manera avivar pensamientos de superioridad y desprecio.
Si recordamos nuestros propios fracasos (pecados) nos daremos cuenta que es mejor ser compasivo y amoroso con los fracasos de los hermanos o del prójimo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.