Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Juan 12:37-38 RVR1960
Queridos amigos, creer en Jesucristo no solo implica un grado de simpatía o una decisión intelectual a su favor, más bien se trata de poner absoluta confianza en su persona, acompañada de un indisoluble compromiso de vivir con Él y para Él, sabiendo que Cristo es Rey y Señor.
¿Cómo se podría asumir el firme compromiso de servir al Señor Jesucristo tal cual un siervo sirve a su señor? Esta no es una pregunta poco relevante, porque ¿quién, en su sano juicio natural, va a querer sacrificar su libertad? Más aún cuando la libertad es una de las condiciones más deseadas, por ser el sometimiento y el encarcelamiento estados en absoluto nada atractivos.
Entonces someterse voluntariamente a la voluntad de otro, especialmente cuando las exigencias sobrepasan los propios deseos, resulta muy poco atrayente, para decir lo menos. Más aún cuando las exigencias de Jesús resultan adversas por no acompañar a los pensamientos y deseos del hombre natural.
Bajo tales premisas es muy difícil que alguien voluntariamente entregue su vida a Jesucristo. Por ello, sin la obra de Dios de por medio nadie podría afirmar creer en Cristo Jesús como su Señor (y salvador). Dios llama, Dios ama primero, Dios regenera el espíritu del hombre, Dios otorga fe salvadora para que los que no le buscan, sean habilitados para creer en el Hijo.
Los milagros y señales realizados ante multitudes tuvieron el propósito de mostrar a Jesús como el Mesías. No obstante tales proezas, muy pocos fueron los que creyeron. En analogía, no importa cuánto se desgañite un predicador para ser oído, pues muy pocos le oirán en verdad.
Quizás los creyentes deberíamos sentirnos consolados ante nuestra frustración de que muy pocos se interesan por las buenas noticias de salvación, pues ni siquiera Jesús tuvo el resultado que anhelamos. Miles fueron alimentados a través de increíbles milagros de multiplicación de los alimentos, sin embargo, contados fueron los que estuvieron a los pies de Cristo durante su crucifixión.
Se demuestra que ni la mejor enseñanza posible o el milagro más espectacular sirven para abrir los ojos de quienes no quieren ver, porque la ceguera acompañada de rebeldía y contradicción impide siquiera vislumbrar la belleza de la grandiosa oferta de Jesucristo.
Traigamos a la memoria la historia de Faraón y las plagas que fueron enviadas a Egipto. La ciega obstinación del monarca completamente apoyada en la dureza de su corazón consiguió que una plaga fuera mandada tras otra. La Palabra dice que Dios endureció el corazón de Faraón, pero esa es una forma de decir que Dios dejó que obrase según la maldad de su corazón, pues su orgullo y soberbia pudieron más que el dolor de ver sufrir a su pueblo, motivo por el cual se rehusó vehementemente a dejar salir al pueblo hebreo.
De igual manera las Escrituras dicen que muchos rechazarán el Evangelio por no tener ojos para ver y oídos para escuchar. La maldad inherente del hombre natural a causa de su condición caída le lleva a no desear escuchar nada espiritual, pues le resulta repelente; de igual manera, para quien está en oscuridad el más mínimo destello de luz le provoca dolor en los ojos, ¿cómo será entonces de tortuoso para aquel que está en tinieblas ser iluminado por la potencia de la luz de Jesucristo?
Entonces no es para sorprenderse, que el pueblo judío haya rechazado a Jesucristo, porque está escrito, que Jesucristo a lo suyo vino, y los suyos le rechazaron (Juan 1:11). Como consecuencia de la incredulidad Jesús expresó con dolor: Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mi y a mi Padre (Juan 15:24).
Oremos para que el Señor tenga misericordia y nos muna de oídos para oír y ojos para ver.
Les deseo un día muy bendecido.