Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:14-15 RVR1960
Queridos amigos, el amor de Cristo obliga a los creyentes verdaderos a mantenerse dentro de límites establecidos. Pero de ninguna manera los convertidos están obligados a cumplir por cumplir, pues el mismo amor los controla (amorosamente) y los conduce a obedecer con gozo.
La clave para la vida del creyente es comprender qué es lo que Cristo espera de él, qué es lo que el siervo debe hacer por y para su Señor.
Hemos conocido el verdadero amor en el acto sacrificial de Jesucristo en la cruz, pues Él puso su vida para los que en Él creen (Juan 3:18). Por lo tanto, en amorosa respuesta los creyentes deben poner su vida para Él, y por consiguiente también para sus hermanos en Cristo (1 Juan 3:16).
La expresión del apóstol Juan no pudo ser más precisa: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan 15:13), teniendo en cuenta la inconmensurable bondad de Jesucristo de llamar amigos a pecadores, seres que no son merecedores de su atención.
Jesucristo se entregó a sí mismo, en amor, por nuestros pecados para librarnos del mal presente, dándonos el mayor ejemplo de obediencia, pues lo hizo conforme a la voluntad del Dios y Padre (Gálatas 1:4), quien había planificado antes de la fundación del mundo, que se sacrificase por los pecadores (otra increíble muestra de amor).
Una vez que Cristo nos ha regalado de su maravilloso amor, nada nos separará de ese amor ni tribulación ni angustia ni persecución ni hambre ni desnudez ni peligro ni espada. Nada, absolutamente nada podrá separarnos del amor de nuestro Señor (Romanos 8:35). Nos encontramos ante una condición, sin lugar a dudas, maravillosa, de bienaventuranza.
Jesucristo, con relación a su muerte, nos puso el ejemplo del grano de trigo, enseñándonos que si no cae en la tierra y muere, queda en nada (queda solo), pero si muere, producirá mucho fruto, una abundante cosecha de nuevas vidas (Juan 12:24). Jesucristo a su tiempo murió por todos, porque era la única manera de que muchos puedan ser salvos. Se sacrificó por los pecados de los impíos, fue sepultado y resucitó al tercer día, conforme a lo que estaba escrito (Romanos 5:6, 1 Corintios 15:3-4)
Para que la muerte de Jesucristo se haga efectiva, su Palabra debe ser oída, y el que oye debe creer al que le envió (el Padre celestial) para tener vida eterna, y dejar de ser condenado. Ese pecador paso de muerte a vida (Juan 5:24), es como si Jesús le dijera: Despiértate, tú que duermes, y levántante de los muertos, Yo te alumbraré (Efesios 5:14).
De forma que Cristo murió por todos, y todos los que creen en Él también han muerto a su vida pasada (han nacido de nuevo para nueva vida). Su muerte de cruz es una crucifixión sustituta, como si el pecador hubiese sido crucificado para pagar sus propias deudas. De ahí que el apóstol Pablo afirma que el creyente está crucificado juntamente con Cristo, por tanto, ya no vive más su propia vida, sino la del Señor Jesucristo, pues es Cristo Jesús viviendo en él. Lo cual conduce a que el creyente que vive en la carne, pueda vivir en la fe del Hijo de Dios (Gálatas 2:20).
Entonces la vida carnal del creyente debe pasar a ser parte de su pasado, pues si creemos en lo que nos dicen la Escrituras, los convertidos han muerto a su forma de vida antigua y están constreñidos a no vivir más para sí mismos. Deberán vivir solamente para Cristo.
Este cambio tan radical es solo posible gracias al poder de Dios, pues es el Espíritu Santo quien obra sobre los muertos espirituales. Antes de conocer a Cristo todos están muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1). A los que creyeron, esos que habían estado muertos en pecados, les dio vida juntamente con Él, perdonándoles todos sus pecados (Colosenses 2:13)
El padecimiento de Cristo se llevó a cabo por una sola vez y para siempre, es decir que aquellos que reciben el regalo de su amor lo reciben para siempre, porque su muerte es suficiente. El Justo pagó por los pecados de los injustos, de esa manera los llevó a Dios. Murió en la carne, pero fue vivificado en espíritu (1 Pedro 3:18)
La hermosa consecuencia para el creyente es que está muerto al pecado, pero vivo para Dios en Cristo Jesús (Romanos 6:11), viviendo una nueva vida para Jesucristo, la cual deberá vivir solo y únicamente para Él. Porque si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. No importa, que vivamos o, que muramos, somos solo del Señor (Romanos 14:8). Para el creyente el vivir debe ser Cristo (Filipenses 1:21).
Si somos del Señor y vivimos para Cristo ya no debemos mirar por nuestro propio bien, sino por el bien de Cristo, que equivale al bien de los otros (1Corintios 10:24). La fórmula es sencilla bajo el poder de Dios: El que quiera salvar su vida, la perderá; pero todo aquel que pierda su vida por la causa de su Señor, la hallará (Mateo 16:25).
Pero es muy difícil cuando no obra Su poder. Vemos un gran ejemplo en el joven rico, que se declaraba creyente, sin embargo, no estuvo dispuesto a escuchar cuando Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y después ven y sígueme (Mateo 19:21).
Debemos poder decir con todo el corazón: Ya no vivo yo, más Cristo vive en mí. Andemos en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros (Efesios 5:2)
Les deseo un día muy bendecido.