sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Santiago 1:14 RVR1960
Queridos amigos, es llamativo observar cómo se utiliza la palabra tentación de manera coloquial. Incluso llegué a observar el término en un letrero luminoso. “Tentaciones” era el nombre de un negocio comercial, que probablemente ofrecía productos atractivos para damas.
El diccionario de Google define la palabra tentación como un impulso de hacer o tomar algo atrayente pero que puede resultar inconveniente. Nos da a entender que no siempre es inconveniente, lo cual en mi entender está equivocado.
Por otra parte se define tentación, como la instigación o estímulo que induce el deseo de algo. Puede tratarse de una persona, una cosa, una circunstancia u otro tipo de estímulo. La tentación está asociada a la seducción y la provocación.
Hablando bíblicamente la tentación es la incitación a pecar por parte de los conocidos enemigos: el diablo, el mundo y la carne (las concupiscencias) a través de personas, cosas o situaciones que atraen, aparentemente, de forma irresistible. La Biblia sostiene que el ser humano vive una lucha constante contra las tentaciones que intentan llevarlo por el camino del mal, que parece ser más fácil y atractivo, alejándolo de los mandatos divinos y de Dios mismo.
Es necesario aclarar y enfatizar, que nadie puede ser tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie (Santiago 1:13).
Muchos suelen echarle la culpa al diablo de manera indiscriminada por las tentaciones que sufren. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que al vivir el hombre en un estado carnal caído, los deseos exacerbados o desordenados de índole material o físico, también conocidos como concupiscencias, son los que también conducen a tentación.
La tentación está relacionada con los malos deseos. La naturaleza del hombre natural es desear el mal, como si fuera algo bueno para él. Es difícil hacerle entender al impío que debe limpiar efectivamente su alma de odio, falta de perdón, deseos de venganza, falta de misericordia, entre otros.
Conozco personas que admiten sus debilidades, pero no tienen ningún interés genuino en cambiarlas, y siguen siendo dominadas por la tentaciones. Por ejemplo, algunos afirman tener un dolor adentro que está ligado a la falta de perdón, pero no pueden perdonar, y viven quejándose de lo que tuvieron que sufrir en el pasado, y continuan sufriendo con el ahora. El proverbio cae como anillo al dedo: El alma del impío desea el mal; su prójimo no halla favor en sus ojos (Proverbios 21:10).
Podríamos pensar que el proverbio está siendo exagerado al generalizar incluyendo a todos los impíos. Sin embargo, esa es la verdad para todos los casos, porque el impío siempre termina mostrando su naturaleza caída, incluso si se trata del más bueno, pues nadie se libra de sus concupiscencias.
El pecado es seductor porque toca las emociones y ambiciones, el orgullo y los deseos. Es muy atractivo porque te hace pensar que eso es lo que necesitas, que es lo correcto para ti, que no debes perder la oportunidad. El mejor ejemplo de tentación está en el libro del Génesis: Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella (Génesis 3:6).
Satanás fue quien le dio el empujón a Eva, sin embargo, sus propias concupiscencias obraron sobre ella para que pecara voluntariamente. El camino elegido por Eva parecía derecho, pero resultó ser camino de muerte (Proverbios 14:12). De esa manera el hombre va tropezando en tentaciones por la vida, una y otra vez.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo (1 Juan 2:16). Y esto afecta a todos los que viven en el mundo, tanto a píos como a impíos.
Entonces, los convertidos también sufren por diferentes tentaciones, pero tienen a su favor el haber muerto al pecado y tener al Espíritu Santo morando en ellos. No obstante el haber muerto a su vida pasada, todavía son atraídos y seducidos por sus propias concupiscencias, es decir que son tentados, y además caen (Santiago 1:14).
Por lo tanto, existe la posibilidad de que los sentidos del creyente sean de alguna manera extraviados, desviados y corrompidos para dejar de ser fieles, comprometidos y sinceros a Cristo (2 Corintios 11:3). Porque los afanes, el engaño de las riquezas, y la codicia por otras cosas, entran hasta ahogar a la Palabra, haciéndola infructuosa (Marcos 4:19).
Sin duda alguna, está el gravísimo riesgo de caer en pecado. A fin de poder combatir las tentaciones, debemos poder discernir con toda claridad la diferencia entre lo bueno y lo malo, para ello debemos conocer profundamente las Escrituras.
Pero el arma más eficaz para no entrar en tentación es la oración. Es imprescindible velar y orar, porque de otra manera, por más buena predisposición que tenga nuestro espíritu, nuestra carne es débil y nos puede llevar a caer estrepitosamente (Mateo 26:41).
Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1:12).
Les deseo un día muy bendecido.