Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Juan 1:17 RVR1960
Queridos amigos, el concepto de que siendo buenito uno va al cielo, es el mismo que tenían los judíos en cuanto a salvación, pues estaban convencidos de que, si cumplían la ley, serían salvos.
El pueblo hebreo recibió la Ley de Dios a través de Moisés, quien, a su vez, como líder, realizo especial énfasis en su cumplimiento para lograr justicia según Dios, dejando huella para el comportamiento de las generaciones venideras.
La Ley de Dios es de carácter universal y es una clara muestra de su naturaleza, aunque de inicio haya sido dada únicamente al pueblo de Israel. No existe ninguna sociedad o pueblo en este mundo que pueda negar la validez de los mandamientos, incluso si afirma que Dios no existe.
Concluimos, que la aseveración de que la Ley de Dios es santa, justa y buena (Romanos 7:12), es indiscutiblemente correcta, por lo tanto, su aplicación activa para conseguir una mejor vida, de igual forma es indiscutible.
Buena cosa regaló Dios a la humanidad, dando su Ley. Pero ni siquiera a través del absoluto cumplimiento de los mandamientos se puede conseguir la gracia divina, ni el perdón, ni la justicia para salvación.
La Ley fue diseñada e implantada para ser cumplida. Es un mandato divino no negociable. Jesucristo manifestó explícitamente que Él no había venido a abrogar la Ley, sino a cumplirla. Además aseguró que no quedarían ni una “i” ni una coma de la Ley, sin cumplirse, antes que desapareciera el cielo y la tierra.
Fue firme al afirmar que el que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el reino de los cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el reino de los cielos. (Mateo 5:17-19).
Pero la obligación de cumplir la ley no es para salvación. Observemos lo que Cristo afirma: el que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos será considerado el menor en el reino de los cielos, ósea que a pesar de no haber cumplido podrá estar en el cielo.
Y eso es posible solo y únicamente, porque la salvación, es decir ir al cielo, funciona por gracia. La gracia se define de una manera simple como un regalo inmerecido de Dios, es decir recibir aquello que no merecemos. La descripción del regalo es muy difícil, pues se trata de un don maravilloso, que el humano no lo puede dimensionar ni en su grandeza, ni valor, ni alcance.
Sin lugar a dudas, la gracia es muchísimo más que un simple favor o una forma de disponer el futuro por parte de Dios. El don de gracia trata sobre la buena voluntad de Dios para con todos aquellos que le fueron dados al Hijo (Juan 17:2), es decir todos los escogidos. Se puede también definir como misericordia, es decir no darnos aquello que merecemos, para recibir lo que no merecemos, es decir la buena obra de Dios en sus elegidos para vivir en la eternidad como hijos y coherederos del reino.
De la gracia derivan el poder para conversión, la justicia y el perdón. Al creer en la Verdad, es decir en Jesucristo como Señor y salvador a través del don de fe, se hace efectiva la solución al problema del pecado.
Por gracia la justicia obrada por Jesucristo en la cruz se convierte en justicia para el hombre de pecado, de forma tal, que puede ser completamente justificado de sus pecados. Es justicia para perdón obrada en la cruz del calvario, que no tiene ninguna relación con el cumplimiento de la Ley.
La Ley nos muestra cuán pecadores somos. La gracia da curso al nuevo nacimiento, al don de fe, a la justicia y a todo lo demás que conduce a la salvación, pero no acaba ahí, pues Cristo Jesús nos da gracia sobre gracia permitiendo que tomemos de su plenitud, para hacernos santos y justos, y que podamos caminar bajo su fortaleza haciendo el bien con un corazón lleno de gozo y paz.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.