Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas Apocalipsis 4:11 RVR1960
Queridos amigos, en tiempos antiguos dejar de reconocer como señor y dios al emperador era motivo de persecución y muerte. Pero para los cristianos de todos los tiempos proclamar que hay un sólo Señor y Dios es una declaración poderosa, pues Él ocupa en verdad el lugar supremo en el universo.
Esta confesión llena de victoria era tan peligrosa, que les costaba la vida a quienes la hacían, pero la fe se sobrepone a cualquier miedo terrenal, y quienes eran aprehendidos y ejecutados, morían con la certeza de una mejor vida en la eternidad junto con su Señor y Dios.
La mente finita del hombre natural no puede comprender cómo los cristianos preferían entregarse a la muerte, que renunciar a su Señor y Dios. Eso sucede cuando se tiene solo vida limitada a lo terrenal, pues entonces no hay nada más de dónde aferrarse, por lo tanto, la preservación de la vida terrenal se convierte en algo crucialmente existencial.
El cristiano confía más allá del discernimiento intelectual, eso que a los impíos les gusta describir como locura o fe ciega, porque no pueden ver más allá de lo terrenal. A muchos impíos les resulta normal reconocer en Dios a un ser supremo, creador y sustentador de todas las cosas, incluso dicen creer en Él, pero no Le creen, porque ponen en tela de juicio muchas partes de su Palabra y su confianza en Su poder es limitada, porque suelen confiar más en su propia fuerza. No pueden ni quieren vivir bajo el temor de Dios.
Dios es el creador de todas las cosas y como tal puede hacer y deshacer según su divina voluntad. Es por su voluntad que todo existe, incluso las cosas de antes de la creación de la tierra. Gracias a la voluntad de Dios el ser humano creado puede hacer muchas cosas creativas con los elementos materiales existentes, que Dios pone a su disposición, pero no tiene poder para crear más de lo dispuesto por Dios, por ejemplo no puede crear vida nueva. A pesar de ello el hombre natural insiste en que no hay límites para su mente.
Sólo Dios puede crear lo que sea desde la nada. Él es el único y verdadero creador, pues si el hombre tiene la capacidad de crear, es gracias a la inteligencia y a las capacidades físicas, que Dios le confiere. No hay nada de lo cual el ser humano se pueda jactar ante Dios, pues todo Le pertenece y no hay nada que el hombre pueda usar a menos que Dios se lo dé o ya se lo haya dado.
A pesar de ello al hombre natural no le cabe la idea de tener que alabar y honrar a su Creador y Dios. No sabe que llegará el día en que no tendrá alternativa y reconocerá a Jesucristo como su Dios, y querrá honrar y alabar junto con todos los otros seres del cielo y de la tierra al Dios Creador y Sustentador de todo.
Los creyentes verdaderos anhelan hacer homenaje constante, rendidos a los pies del Señor Jesucristo y del Dios Padre. El convertido no adora santos, vírgenes, personajes religiosos, imágenes, ángeles, reliquias ni santuarios, pero el rendir culto al Creador del cielo y de la tierra es una necesidad vital para él.
El único digno de recibir la preeminencia ante todas las cosas de la creación es el Creador, pues debido a su voluntad (y absolutamente nada más) pueden existir. Y a pesar de ello no todas las cosas (seres creados y elementos de la creación) hacen la voluntad de Dios, la creación se encuentra sujeta a vanidad, pero un día será entregada a libertad, entonces la voluntad de Dios se hará en la tierra como en el cielo.
Los creyentes genuinos le atribuyen al perfecto, todopoderoso, eterno e infinitamente santo Dios su redención y conversión, los privilegios presentes y la esperanza del cumplimiento de las promesas. A causa de tanta bendición ascienden al cielo alabanzas de eterno agradecimiento. Los convertidos saben cuán digno es el Señor de recibir toda la gloria, la honra y el poder. Bendito y alabado sea el Señor y Dios del universo creador de todas las cosas.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.