Ahora mi alma se ha angustiado; y ¿qué diré: «Padre, sálvame de esta hora»? Pero para esto he llegado a esta hora. Juan 12:27 LBLA
Queridos amigos, muchos en el mundo creen en la existencia de Jesús, pero niegan su deidad. La indiscutible verdad es que Él fue completamente hombre sin dejar de ser completamente Dios. Su encarnación y consiguiente presencia física en la Tierra no implicó dejar de lado su presencia espiritual en el cielo y en el universo, pues, como Dios, Él es omnipresente.
En su condición humana tenía sentimientos humanos y como Dios sabía lo que le esperaba, si en obediencia cumplía con el plan del Padre. Llegó a sentir terror ante la crucifixión que le esperaba, aunque el espanto no estaba centrado en el dolor físico, sino en el inconmensurable peso de la carga de los pecados del mundo, que lo separarían temporalmente de su Padre.
Su naturaleza física se resistía, pues estaba generando gran tensión contra su naturaleza espiritual. Como cualquier hombre no deseaba sufrir y menos morir, se le estaba manifestando el instinto instalado en el humano de la preservación de la vida física, anhelaba liberarse de esa muerte denigrante y horrible, pero era ejemplo de sometimiento y obediencia, además de ejecutor del plan de salvación del Padre, Él lo había enviado al mundo para morir por los pecados de los hombres.
Su humanidad lo compelía a pedirle al Padre que lo libere de tan tremendo y fatal final, pero Él sabía que no había paso para atrás, el plan debía cumplirse por sobre todas las cosas. De inmediato se recompuso para someter sus emociones humanas al mandato del Padre a fin de tomar su cruz negándose a sí mismo y caminar con firmeza hacia el sublime objetivo, que había sido planificado desde antes de la fundación del mundo para destrozar el poder de la muerte, vencer el poder del pecado y expulsar a Satanás impidiéndole seguir destruyendo y engañando. Se entregó a la batalla final para vencer para siempre el poder del mal.
El horror de la muerte fue vencido por el ardor por la obediencia. De igual manera el horror del pecado debe ser vencido por una efervescencia interior en el creyente a favor de la obediencia a Dios. El cristiano debe apasionarse con la obediencia, su corazón debe arder por ser obediente y su celo ante la obediencia debe ser extremo. ¿Cómo no serlo después del ejemplo de Jesús?
La cruz era el centro de la misión de Jesús y es en definitiva el centro del mensaje para la Iglesia, pues la muerte de cruz es el evento que los cristianos debemos valorar en sumo, sin ella no podríamos llamarnos cristianos. Observamos que el sacrifico de Jesús es crucial y determinante para que la gracia de Dios pueda ser efectiva.
Glorifiquemos a nuestro Señor Jesucristo como lo glorificó el Padre a partir del suplicio y muerte, que le aguardaban y que después padeció sin resistencia alguna, pues como manso cordero fue llevado al matadero (Isaías 57:3). La obra de cruz tuvo un resultado triunfal, la misión se cumplió a la perfección y el completo éxito fue ratificado por el Padre quien habló desde el cielo. Entonces vino una voz desde el cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez (Juan 12:28).
Es menester llevar a Dios al mundo a través de la doctrina de la cruz de Cristo. Ser obediente no suele ser fácil. ¿La obediencia de Jesús habría tenido tanto mérito si no hubiera tenido ese inmedible costo y hubiera sido tan difícil? Entonces esforcémonos por ser obedientes, sin dejar de tener en mente la cruz de Cristo.
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.