Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre. Lucas 21:36 RVR1960
Queridos amigos, aproximadamente cuarenta años después las palabras del Señor se cumplieron con la destrucción de Jerusalén. Fue una muestra de que lo que Él anunció se cumpliría al pie de la letra.
En su amor nos dejó a todos un mensaje de advertencia, incluso a los que estamos viviendo dos mil años después. Podríamos dudar de la veracidad de sus palabras por el tiempo transcurrido, pero eso sería un terrible error, porque los tiempos de Dios son inescrutables.
En el libro del Génesis encontramos el proto-evangelio, una mención preliminar del Evangelio, donde se manifiesta la promesa de que vendría el Mesías: Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tú simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón (Génesis 3:15).
Una clara alusión a Cristo, el descendiente de la mujer, quien acabaría con la serpiente, aunque primero sería herido.
Se estima que la tierra fue creada por Dios cuatro mil años antes de Cristo, entonces, para que la promesa de la llegada del Ungido se cumpliera tuvieron que pasar algo menos de cuatro mil años. Por lo tanto, no deberíamos sorprendernos si Jesús vuelve recién dentro mil o dos mil años.
Pero el tiempo en que Jesús llegará, en verdad no es tan relevante, sino la actitud que hay que tener y mantener como cristianos ante su segura llegada. La firme intención de todo creyente genuino es la de no pecar, y para no pecar es necesario estar atento de no tropezar para no caer.
Si Jesús dice que debemos velar, es porque conoce nuestra naturaleza humana, que mantendremos hasta el fin de nuestros días en esta tierra, a pesar de haber sido hechos nuevos en espíritu. Entonces resulta imposible vivir una vida cristiana como se debe sin estar vigilantes y en oración.
La necesidad de estar en guardia se manifiesta ante la trampa del pecado, la cual está tan bien colocada, que podemos enredarnos en ella antes de darnos cuenta. Si bien la salvación es una condición definitiva, la vida en el camino de santidad del cristiano es una situación de continua espera en la que no hay que descuidar la obediencia a Dios.
Velar es tener cuidado de no caer en las tentaciones de las concupiscencias. Confiar en lo carnal y sensual es caer en la trampa del pecado, de esa manera no se puede estar seguro. La confianza debe estar puesta en Dios, cuyos preceptos, estatutos y mandamientos son los mejores consejeros para una vida santa.
Debemos preguntarnos, si estamos haciendo lo que conviene para ser hallados dignos de comparecer ante Jesucristo en el día de su segunda llegada. Para eso velar es la mejor actitud, la cual aporta además para caminar en santidad.
Estar expectantes y preparados implica esfuerzo. El primer mandamiento es claro al decir que debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Entonces no debemos escatimar esfuerzos para velar atentamente.
Las distracciones y ansiedades de la vida pueden embotar la mente y el espíritu del creyente. Eso se puede evitar velando. Evitemos el peligro de ser encontrados distraídos y sin preparación. Cuidemos que el Señor sea lo que más cerca está de nuestros corazones.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.