Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Mateo 23:8 RVR1960
Queridos amigos, la autoridad suele generar un aura de importancia, que puede ser merecida o inmerecida.
Al otorgársele autoridad a un determinado individuo, por ejemplo, un gerente de empresa o un director de colegio, automáticamente se le adjudica poder. De igual manera, reconociéndole como autoridad el colectivo se predispone a subordinarse.
Algo similar sucede con autoridades eclesiásticas de la iglesia católica o cualquier denominación evangélica, que son nombradas dentro de su organización. Sus feligreses les reconocen como autoridad sin poner en tela de juicio su capacidad, conocimientos, motivaciones ni intenciones.
Asumen su autoridad, porque otros así los reconocen, entonces ha de estar bien. En consecuencia proceden a llamarlos “padre” o “pastor”, encaramándoles en una posición superior, otorgándoles un sitio de liderazgo en sus mentes, sin preguntarse si es bíblico. Adicionalmente, la tradición inculca un trato deferente y de respeto para con este tipo de personas.
Incluso cuando los evangélicos, generalmente más conocedores de las Sagradas Escrituras que los católicos, llegan a conocer los decretos de Dios, les cuesta cambiar el tradicional encumbramiento por “su pastor”. No se les ocurre tratarle como a un hermano en Cristo y el “pastor” tampoco muestra demasiado interés porque así sea.
La Palabra escrita enseña con toda claridad, que no se llame a nadie “padre” en la tierra, porque solo Dios, que está en el cielo, es su Padre (Mateo 23:9). Así mismo, nadie debería hacerse llamar “pastor”, porque el único Pastor es Jesucristo y todos los creyentes son hermanos en Cristo Jesús por igual, incluyendo las “autoridades” de la “iglesia”.
Un “padre” o un “pastor” tradicional tiene el oficio de dar sermones o prédicas en el púlpito y cuidar de la iglesia. Ojalá lo hiciera con llenura del Espíritu Santo enseñando y amando, además siendo caritativo, misericordioso y piadoso.
Si no solo fuese un maestro y también anhelase ayudar en Cristo a la gente, visitando a los enfermos y a los necesitados, se trataría de un verdadero pastor, sin embargo, no existe sustento bíblico para darle dicho apelativo, diferenciándolo del resto.
Lo que se observa en el común de los casos son religiosos acostumbrados a ser puestos en los primeros lugares y seguidores, que, en muchos casos, quisieran poner a sus líderes en un pedestal para admirarlos y alabarlos mejor. Ambas partes andan equivocadas. Sin embargo, el error del líder es el mayor, porque es muy parecido a la actitud farisaica, que Jesucristo tanto rechazaba.
Jesús MANDA a los importantes de la Iglesia a servir a los demás y humillarse. Determina que quienes son dominados por el orgullo y se exaltan a sí mismos serán humillados, en tanto, los que mueren a sí mismos, porque se humillan, serán exaltados (Mateo 23:12).
Si todos los cristianos siguiesen el mandato de Cristo Jesús, las cosas serían para mejor. Tendríamos a los importantes dedicados al servicio verdadero y a los demás aprendiendo de ellos. Es malo generalizar, pues existen pastores, que viven en función a las Escrituras, sin embargo, una buena parte no lo hace.
Curiosamente en la Biblia no encontramos al pastor (con minúscula) en singular, siempre se menciona a pastores, en plural. El término pastor es una metáfora para describir a siervos de Jesucristo dedicados a servir a Su grey, es decir a sus hermanos, quienes son las ovejas, únicamente, del gran Pastor Cristo Jesús.
Debe llamarnos la atención cuando en una iglesia existe un solo “pastor” que tiene el liderazgo y todo el poder de decisión. Idealmente debería haber, al menos, otro pastor con la misma autoridad para generar equilibrio cristiano. En el ámbito católico, extrañamente, no conozco el modelo de más de un sacerdote.
Recordemos cómo en el libro de los Hechos los apóstoles llevaban adelante sus labores, no se ve en ningún caso, que alguno de ellos haya tenido la supremacía.
De igual manera sucedió cuando eligieron a los siete diáconos, que no eran otra cosa que servidores, ninguno de ellos tenía más derechos que otro. La condición para su elección era que fuesen llenos del Espíritu, de buen testimonio y con sabiduría (de Dios). Le pido a Dios, que todos los “padres” y “pastores” actuales puedan cumplir estas condiciones.
Oro al Padre celestial para que nos bendiga con ojos para ver y oídos para escuchar.