Porque el que Dios envió, las palabras de Dios hablan; pues Dios no da el Espíritu por medida. Juan 3:34 RVR1960
Queridos amigos, cuando comencé mi camino como discípulo de Cristo fui iniciado e influenciado por pentecostales.
Por supuesto que quien obraba directamente sobre mí era Dios y las personas que me rodeaban eran solo su instrumento. En mi ignorancia espiritual repetía como loro lo que escuchaba, en mi afán por conseguir acercarme a Dios y disfrutar de sus beneficios.
Una noche me encontré orando, pidiendo clamorosamente al Espíritu Santo que me sobreabundara. Hasta ese punto nadie me había enfatizado la importancia de Jesucristo para llegar al Padre, pues mi entorno andaba muy enfocado en la búsqueda del Espíritu Santo.
No había comprendido que la llenura del Espíritu no se trata de tener más de Él. El Espíritu se tiene o no se tiene por tratarse de una persona, no es como una cosa de la cual se puede recibir más o menos. Las Escrituras son claras al decir que Dios no da el Espíritu por medida.
La llenura del Espíritu consiste en que Él controle cada vez más aspectos de nuestras vidas, como ser nuestros pensamientos, palabras y acciones. El control es el término central cuando nos referimos a la llenura.
Si nos dedicamos a algún vicio, el mismo vicio será quien controle nuestra vida. De igual manera nuestras concupiscencias llegan a controlar nuestras vidas cuando les damos rienda suelta. El estar lleno del Espíritu significa estar bajo el control de Dios (Efesios 5:18).
También viví el error de confundir la llenura del Espíritu con un éxtasis, como una suerte de trance místico lleno de algarabía. Esto lo viví al finalizar el “Encuentro”, nombre dado a una reunión donde se supone que se tiene un encuentro espiritual. Hablé en lenguas que nadie entiende y tuve la famosa borrachera del Espíritu…
Lo duro es que no conocía a Cristo Jesús ni su obra redentora, no me había arrepentido de mis pecados y tampoco había confesado con mi boca que Cristo es mi Señor y salvador, menos lo creía en mi corazón. Ahora puedo decir con diáfana claridad que no era convertido a pesar de haber repetido la tan utilizada confesión de fe, que tampoco entendí.
En el famoso “Encuentro” se notaba un descontrolado sentimentalismo en las personas, exacerbado por el estado “espiritual” en que se encontraban. Lo que nadie mencionaba es que parte del fruto del Espíritu en la vida del creyente es el dominio propio (2 Timoteo 1:7), además que Dios no es Dios de confusión, sino de paz (1 Corintios 14:33).
Es un gravísimo error atribuir al Espíritu obras que son fruto de pasiones humanas, es decir fruto de la carne.
Recuerdo con dolor a varios que presumían estar llenos del Espíritu, sin embargo, sus vidas no mostraban señales de Él (Gálatas 5:22-23). Quizás sean estos los que reciban las duras palabras vertidas en Mateo 7:22-23 por el Señor Jesús: “Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!””
Debemos ser muy cuidadosos con nuestras experiencias espirituales. Todo aquello que no pase por el filtro de las Sagradas Escrituras no debe ser tomado en cuenta, incluso si resulta ser milagroso. El problema se encuentra en la necesidad de conocer la Biblia, caso contrario no será posible discernir entre lo falso y verdadero.
Todo cristiano debe esforzarse por vivir cada día de su vida en constante dependencia del Espíritu, sometiéndose a la autoridad de la Palabra inspirada por Dios. El Espíritu Santo es quien transforma y santifica la vida de los verdaderos creyentes, su poder es evidente cuando se ve a los convertidos entregando su vida al Señor.
Llamo a la reflexión a aquellas personas que confunden el santo mover del Espíritu con eventos llenos de emociones y sentimientos. Les exhorto a que se enfoquen en la obediencia y servicio al Señor para conseguir la llenura anhelada y puedan obtener y disfrutar de Su maravilloso fruto.
Sea Dios bendiciéndoles con su bendita gracia.