Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. Lucas 17:5 RVR1960
Queridos amigos, al parecer los discípulos que le pedían a Jesús, que aumentase su fe, estaban preocupados por no ser piedra de tropiezo para otros y para tener la capacidad de perdonar las veces que fuese necesario.
El hombre natural no tiene desarrollado el sentido de no convertirse en de piedra de tropiezo para otros, el concepto le resulta lejano, porque en muchos casos se complace en compartir su pecado. Si no sabe, intuye, que perdonar es bueno, pero su orgullo no le permite humillarse y busca cualquier argumento para justificar su falta de perdón.
El creyente genuino al conocer su estado carnal caído es consciente de sus limitaciones, y sabe que sin Dios no puede avanzar en su crecimiento espiritual. Fue bendecido con gracia y recibió el don de fe, justamente para poder confiar plenamente en algo intangible a los ojos del incrédulo.
Al pedir que se les aumente la fe, los discípulos estaban diciendo: “queremos tener aún mayor certeza de las esperanzas que el Padre celestial nos da, deseamos estar aún más convencidos de aquello en que creemos y que no vemos.
Considero que la medida del don de fe, si existe, es la misma para todos los escogidos. No me imagino que puedan existir diferentes niveles en cuanto a la realidad de que Jesucristo es el Señor y salvador de quienes creen en Él. Se cree o no se cree, es tu salvador o no lo es, no existen medias tintas, así de simple.
Si tengo arraigada en el corazón la certeza del cumplimiento de mi salvación y de las promesas de Dios, porque estoy convencido de su existencia y de su fidelidad, aún cuando no lo puedo ver, significa que he sido bendecido con el don de fe.
De esa manera también me queda claro que Jesucristo es dueño de mi vida y, por tanto, es mi Señor, a quien le debo humilde y mansa sumisión y, ante todo, máxima obediencia. Ya no vivo yo, más Cristo vive en mi (Gálatas 2:20), implica una total dependencia en Él y la absoluta disposición para serle obediente, haciendo su voluntad.
Cuando nos encontramos ante el reto de hacer su voluntad, en muchos casos nos sentimos débiles y miserables, porque no podemos cumplir. En mi caso le digo a Dios: “mi Señor, otra vez salió a relucir el siervo inútil”. Clamo para que me ayude a alcanzar sus elevadas normas, porque se que en mi propia fuerza no lo lograré.
Quizás ese mismo sentimiento de impotencia fue el que llevó a los discípulos a pedir más fe. Tal vez tenían en mente el pasaje del padre del muchacho endemoniado a quien Jesús le manifestó: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”, y el padre sin pensarlo dos veces dio su respuesta inmediata: “Sí creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad” (Marcos 9:19-27).
Creo, pero sin ti y tu presencia no podré mantener esa fe que tú me has dado, Señor mío. Dependo de tu gracia, de tu misericordia, de tu poder, de tu amor, de tu justicia, de todo de ti. Entonces puedo medir mi fe en función a lo que tú me das y al nivel de mi entrega y obediencia.
Y mi entrega se ve reflejada en mi amor por ti y por mi prójimo haciendo tu voluntad. Mi fe se desarrolla en la medida en que me acerco o me alejo de hacer tu voluntad, de amarte con todas mis fuerzas, alma y corazón.
Para ti nada es imposible, así también para el que cree. Puede alejarse completamente del pecado en la medida en que esté más en comunión contigo. Es posible ser manso y humilde, es posible ser pobre de espíritu y pacificador, es posible ser bondadoso y generoso, todo es posible para el convertido, que cree con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas sus fuerzas.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.