Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. 1 Corintios 2:14-15 RVR1960
Queridos amigos, hace poco tuve la oportunidad de conversar con una persona que manifestaba creer en Dios, lo cual me alegró. Sin embargo, mi decepción fue creciendo en la medida en que se iba desarrollando nuestra conversación.
Me percaté de su amor por las cosas de este mundo, además de la idolatría en que vive. Con tristeza puedo afirmar que se mantiene como hombre natural, a pesar de afirmar tener fe en Dios.
Le fe en Jesucristo salva y el nacimiento de nuevo por obra del Espíritu Santo da nueva vida espiritual. No se puede ser salvo sin haber nacido de nuevo, no se puede tener fe verdadera sin haber sido regenerado en espíritu.
Por definición el hombre natural no es nacido de nuevo y está alejado del Espíritu. Es decir que no pasó por regeneración espiritual, lo cual conduce a que no pueda tener entendimiento de las cosas espirituales, en otras palabras, depende de su propio intelecto. En contraposición está el hombre espiritual, que por gracia y obra del Espíritu Santo recibe ojos y oídos espirituales.
El hombre natural, al depender de su propio intelecto y al estar influenciado por el mundo, solo tiene percepción para el ámbito terrenal. Mientras que el hombre espiritual, que es controlado y conducido por el Espíritu de Dios, tiene percepción de las cosas espirituales de arriba.
A pesar de vivir sometido a la esclavitud del pecado, el hombre natural rechaza todo tipo de sometimiento, que ponga en riesgo su “libertad”, por eso ve con horror la sumisión al Espíritu.
Los grandes hombres de la Biblia, los apóstoles y los creyentes verdaderos, comunes y corrientes son guiados por el Espíritu Santo, en contraposición están los grandes hombres del mundo, los sabios y el resto, que se guían por principios mundanos. Son dos esferas completamente opuestas. Comparando la oratoria humana que busca convencer y seducir, por ejemplo: la de los políticos, la de los filósofos, la de los religiosos del mundo o la de la publicidad, con el lenguaje claro y fácil de entender usado por el Espíritu Santo en el Evangelio, podemos comprender cuán contrario es lo mundano a lo espiritual.
Duro como suena, pero cierto como es: el que no es cristiano genuino no puede oír y menos entender las cosas de Dios. La idea de que el Espíritu Santo mora en los creyentes no puede ser captada por los impíos, en general les parece un concepto tonto. Para un ciego es imposible apreciar las bellezas del paisaje, y el hombre natural está ciego para lo espiritual.
Sin que Dios abra el corazón del hombre, este nada puede entender de las cosas de Dios, pero cuando por gracia lo hace, el seguir a Cristo se convierte en lo mejor que pudo haberle pasado.
No hay quien pueda comprender a Dios (Romanos 11:34). La única forma de desarrollar discernimiento de las cosas que Dios quiere que entendamos es a través de la guía del Espíritu.
El creyente genuino puede llegar a tener la “mente de Cristo” para vivir una vida tal cual Dios desea. Tener una mente acorde a la de Cristo es pensar, hablar y actuar en términos espirituales dados por la Palabra escrita y por la conducción del Espíritu, respondiendo a la verdad y a la justicia de Dios.
El hombre espiritual al tener un nuevo discernimiento ejerce juicio fundamentado en la justicia y verdad de Dios, no para verificar cuánto mejor es que el hombre natural, sino para pesar en la balanza de justicia lo bueno y lo malo, lo debido y lo indebido, lo prudente y lo imprudente.
Les deseo un día muy bendecido. “Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela