Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Juan 15:3-4 RVR1960
Queridos amigos, cuántos de nosotros podemos aseverar con toda honestidad que ¿estamos limpios?
Veamos qué significa estar limpio. Por nuestra condición de seres caídos, que es la herencia adámica, vivimos en constante pecado, lo cual nos lleva a tener una vida repleta de impurezas de índole espiritual.
Lo impuro conlleva un determinado tipo de contaminación que hay que quitar para que se convierta en puro. La pureza en este caso se utiliza como sinónimo de limpieza, de ahí que Jesús utiliza el término para referirse que los que son limpios están purificados del pecado, es decir que han sido bendecidos por la gracia de Dios y son salvos.
Por lo visto la Palabra funge infinitamente mejor que un filtro ultra moderno que logra purificar hasta un 99,999% los contaminantes. El 0,0001% restante hace que todavía exista impureza. Lo que no sucede cuando el Evangelio entra en acción y el escogido es limpiado de todo pecado a través del sacrificio perfecto de Cristo Jesús.
Para que la limpieza sea aceptada por Dios es imprescindible que sea perfecta, lo cual Jesucristo logra con su derramamiento de sangre, que es sacrificio perfecto, una vez y para siempre.
Todo convertido genuino puede ser llamado limpio, puro y santo precisamente por esa tremenda obra de salvación, que se hace efectiva a través de la gracia y de la fe.
A partir de esa bendita purificación que convierte al impuro en limpio y santo se inicia el camino de santidad de cada creyente, que es el recorrido por esta vida consiguiendo un desarrollo espiritual que cada vez más se va acercando a la medida de la estatura de la plenitud de Jesucristo. El logro independiente y en su propia fuerza de tal crecimiento es imposible para el hombre por más espiritual que sea.
Para que esto sea posible debemos permanecer en Cristo, no se puede crecer en espíritu separado de Él. Lo maravilloso es que Él permite que permanezcamos en Él, y no termina ahí, porque Él también permanece en nosotros. No me alcanza la imaginación para vislumbrar tan precioso regalo.
Como convertidos nuestra vida espiritual depende de Cristo, así como nuestra vida física depende del aire que respiramos. Ya nada podemos hacer separados de Él, así como una rama quitada de un árbol frutal ya no puede producir fruto, así también, nosotros no estaríamos en condiciones de producir frutos espirituales separados de nuestro Señor Jesucristo.
Él se convierte en el único camino posible a recorrer, Él debe ser el foco de toda nuestra atención, Él es quien ilumina nuestros pasos cuando estamos andando en oscuridad, Él es nuestra vida, nuestro todo. De ahí es que se dice que el andar y el vivir del creyente deben ser Cristocéntricos, es decir que el centro de nuestra vida y razón de existencia es solo y únicamente Jesucristo.
La Palabra dice que fuimos comprados por precio y quien nos compró fue el mismo Jesucristo, por lo tanto, por tratarse de Dios podemos imaginarnos que Él no realiza compras como nosotros lo hacemos, que en muchos casos nos arrepentimos y quisiéramos devolver el producto.
Los que somos de Dios ya no somos de nosotros porque a Él le pertenecemos, por lo tanto somos posesión de Jesucristo, quien no nos dejara jamás. ¿Ante tanta bendición podremos nosotros dejar de amar a Cristo?
Les deseo un maravilloso día unidos a la Vid.