Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. 2 Corintios 8:9 RVR1960
Queridos amigos, el máximo sacrificio lo realizó Cristo en la cruz, pero su vida de sacrificio comenzó antes de su nacimiento, cuando estando todavía en el cielo se despojó de su gloria para venir a la Tierra.
Su nacimiento también es un grandioso ejemplo de humildad y de entrega, pues siendo Dios decidió mostrarse plenamente humano y nació como hubiera nacido cualquier hijo de dos personas de bajos recursos en algún lugar lejos de casa con todas las limitaciones del caso; vino sin traer nada material a este mundo y sin llevarse nada se fue.
No existe ninguna referencia sobre las posesiones terrenales de Jesús, tampoco hay evidencia de que hubiese sido más pobre que muchos de los ciudadanos de su tiempo, pero eso no tiene mayor trascendencia ante su decisión de seguir la voluntad del Padre para hacerse pobre al ceder sus derechos de Dios a fin de convertirse en un ser de carne y hueso con todas las limitaciones humanas.
Al encarnarse no perdió su condición de Dios ni sus derechos eternos, pero los puso temporalmente a un lado. Por amor no se aferró a mantenerse como Dios, más bien se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres (Filipenses 2:5-7).
El Señor se degradó a la condición de siervo, pues no vino a ser servido como Dios. Su misión era servir y entregar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). Su condición humana hacía que estuviera sujeto a las leyes de la física y que viviera como cualquier humano condicionado al tiempo y al espacio, aunque sabemos que hizo milagros que retaban a las condiciones naturales terrenales.
Su poder para hacer milagros increíbles y su capacidad de no pecar hacían la diferencia, pero por lo demás estuvo sujeto a condiciones humanas tales como el cansancio y el sueño, el frío y el calor, el hambre y a la sed. Le crecían los cabellos y las uñas, el fuego y el sol lo quemaban, y el humo no le permitía respirar y también le causaba ardor en los ojos. En su humanidad era completamente humano sin dejar de ser Dios.
No sólo se hizo hombre, también se hizo pobre. Se humilló por doble partida, pues se despojó de riquezas inconmensurables para degradarse a una condición de pobreza, que lo ponía muy por abajo en la escala social y se degradó a la condición servil del siervo, lo cual desencadenó en rechazo, desprecio, escarnio, odio, persecución, traición y muchísimo sufrimiento. Nadie en su sano juicio haría algo similar, pero eso solo fue una parte, pues también se entregó en muerte de cruz por todos los que creen en Él. Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, pero Él murió por pecadores (Romanos 5:7).
Voluntariamente se vació de su condición de Dios y se entregó a muerte de cruz para rescatar las almas de los escogidos. No podemos imaginarnos lo que este auto despojamiento voluntario significó en realidad.
En la historia de las religiones humanas está el afán del hombre de ser como Dios, pero en la historia de la redención Dios se hizo hombre. El resultado del empobrecimiento de Cristo es que el Dios Padre exaltó a su Hijo Jesucristo hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11).
La gracia es un don maravilloso equiparable a la mayor riqueza. Maravillosa obra la de nuestro Señor Jesucristo de elevarnos a tal nivel de riqueza mediante tal nivel de pobreza. Esta es la gloriosa verdad que lo transforma todo, la perdición total ya no es tal, existe una salida dada por la pobreza de Cristo Jesús.
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.