Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Juan 14:4 RVR1960
Queridos amigos, existen muchísimas personas que tuvieron la oportunidad de oír el evangelio y a quienes Jesucristo les podría decir: conocerían el camino, si solo hubieran puesto suficiente atención.
Es sorprendente observar en las Sagradas Escrituras cómo los seguidores de Jesús, a pesar de haber caminado junto con Él, no entendían Sus palabras. Fue el mismo Señor Jesús quien le preguntó a su discípulo Felipe ¿tanto tiempo pasé contigo y todavía no me conoces? Una pregunta que se podía hacer extensiva a prácticamente todos sus discípulos.
Era evidente que los discípulos tenían un velo delante de sí que no les permitía discernir las palabras de su Señor, ese era el motivo de su confusión. De igual manera el hombre natural tiene ojos para ver pero no ve espiritualmente hasta que el Espíritu Santo obra sobre él trayéndolo a vida nueva.
La gente puede comprender intelectualmente que Cristo es el camino al Padre, es decir que seguirlo eventualmente lleva al cielo, pero a pesar de dicha comprensión no existe la intensión genuina de querer seguirlo, porque su naturaleza les impide hacerlo.
Cuando Dios nos enseña el camino podemos caminar en Su verdad (Salmos 86:11), solo Él es capaz de afirmar nuestro corazón para, de verdad, anhelar seguirle. La fe en Jesucristo lleva a la justificación y a través de la misma fe el Espíritu Santo obra sobre nuestro espíritu muerto en delitos y pecados para traerlo a vida nueva. Cuando nacemos de nuevo y somos justificados iniciamos una relación reconciliada con Dios, momento a partir del cual desarrollamos el gran deseo de no apartarnos ni a diestra ni a siniestra, pues anhelamos andar en todo el camino que nuestro Dios ha mandado (Deuteronomio 5:32-33), es decir, seguir al Señor Jesucristo.
Los impíos tienen oídos pero no oyen espiritualmente, en tanto que, los convertidos verdaderos han sido bendecidos con oídos para oír palabras que les dicen: Este es el camino, anden por él sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda (Isaías 30:21), es decir siguiendo la huella de Cristo Jesús.
Por fe se hace efectiva la cruz del calvario como sacrificio sustituto, entonces Dios justifica al pecador. Su fe le es contada por justicia y el hombre es transformado a una nueva naturaleza, dando inicio a una nueva vida, en la cual anhela vivir de manera radicalmente diferente a la vida anterior que tenía. El nacido de nuevo se encamina en el llamado Camino de Santidad, un camino alejado de iniquidad e inmundicia.
Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino, que Él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará (Isaías 35:8).
Jesucristo mismo es quien toma a su cargo a cada viandante que inicia su nuevo caminar hacia las dulces moradas preparadas en el cielo. Él en persona nos acompaña para que no nos perdamos. Nuestro Señor no se limita a darnos su maravilloso consejo, sino que nos guía tomándonos de la mano, dándonos fuerzas para no desviarnos del camino.
El camino al Padre es Cristo, sin Él de por medio nadie podrá llegar al Padre jamás; y tampoco llegará al cielo. El pecador convertido confía en todas las promesas hechas por Dios, y creyendo en todo eso, camina en pos de Jesucristo, el Camino.
Por el Camino, nuestro Señor Jesucristo, nuestras oraciones llegan al Padre y sus tiernas bendiciones vienen a nosotros. Él es el camino que conduce a la reconciliación con Dios y al dulce reposo, solo Él nos permite llegar ante Dios sin temor ni vergüenza.
Les deseo un día muy bendecido.