Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. Oseas 11:2 RVR1960
Queridos amigos, especialmente cuando se habla de los baales, parece una historia en el lejano pasado. Se suele entender que la gente en la antigüedad era idólatra, sin embargo, quizás para sorpresa de muchos, la idolatría se mantiene en este mundo moderno como en su mayor esplendor en los tiempos antiguos.
La idolatría, es el culto a un ídolo. El culto, por ejemplo, a Zeus, a Baal, el Ekeko o Acera, es visible y muy evidente. Sin embargo, una gran mayoría de personas, incluidas las que dicen creer en un dios, tiene ídolos que las distraen de la adoración al verdadero Dios, como, por ejemplo, el amor por el dinero o la pasión por el fútbol.
Al parecer Dios estaba en la triste posición de ser ignorado, pues Él llamaba, pero en vez de oírlo, hacían de oídos sordos para desviarse por cualquier lado a fin de no seguirlo, preferían la relación con los ídolos, porque satisfacían de mejor manera sus expectativas. Es como la relación de un padre amoroso con un hijo terco, obstinado con lo que cree que es bueno, ignorando la verdad que el padre desea inculcarle.
Si Dios no atrae a sí a las pobres almas humanas, éstas nunca tendrían la menor oportunidad de acercársele. Nadie puede ir al Padre celestial a menos que Él por decisión soberana lo atraiga.
Israel se comportó con constante ingratitud, habiendo recibido la invitación para estar cerca de Dios. Era el pueblo escogido de Dios, pero estaba conformado por seres humanos de naturaleza carnal. Habían tenido la oportunidad de vivir en vivo y en directo los beneficios de Dios, pues habían sido sacados de la esclavitud de Egipto de manera milagrosa, habían transcurrido de buena manera los 40 años en el desierto gracias a Dios, quien proveyó con todo lo necesario. No obstante tanta bendición, no quisieron buscarlo.
Sin duda un pueblo especial a los ojos de Dios, pero no muy diferente del resto del mundo en cuanto a dureza de corazón y ceguera espiritual. De otra manera hubieran escuchado el llamado de Dios para vivir de acuerdo a su voluntad.
Al igual que el pueblo de Israel, el mundo no tiene ojos para ver las cosas de Dios, por ello prefiere seguir su propio consejo, aquello que su inteligencia y emociones escogen como bueno, a pesar de ir en contra de la sabiduría de Dios. Y de ahí nace la idolatría, de almas descarriadas, ciegas y sordas a la verdad y que necesitan algo en qué apegarse.
Dios afirma: “me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón” (Jeremías 29:13), el problema está en que la naturaleza caída del hombre natural no permite la búsqueda de Dios con todo el corazón. Sin naturaleza o condición espiritual es imposible tener un corazón que anhele tanto la presencia de Dios como para buscarlo y conseguir encontrarlo.
Su naturaleza caída da lugar a que el hombre de pecado se descarríe de la verdad. Por naturaleza el hombre natural es proclive a rendirse a la tentación para caer en pecado, para eso es firme y constante. No tiene los oídos adecuados para oír el santo llamado de Dios, y por eso rechaza neciamente tan maravillosa invitación.
El pueblo de Dios estaba adherido a la rebelión contra Él; aunque le llamaban el Altísimo, ninguno absolutamente le quería enaltecer (Oseas 11:7). Esta figura se repite con la humanidad entera sin Dios, aunque muchos proclamen que le buscan o le quieren buscar, pues en verdad buscan a un dios según su propio concejo, y no al Dios de Biblia.
Bienaventurados los llamados.
Les deseo un día muy bendecido.