Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Lucas 5:8 RVR1960
Queridos amigos, es triste observar a gente tratando mal a otros, justifican su maltrato con la supuesta ineptitud de sus interlocutores o con que, simplemente, no les queda otra que elevar el tono, porque no les dejan alternativa.
Lo interesante de esta observación llega cuando estos vejadores reciben maltrato por parte de otras personas, su reacción inmediata es de disgusto y ofensa, o sea que no les gusta que les ultrajen y se sienten víctimas de una injusticia.
Pongámonos a pensar con el corazón en la mano, ¿con cuál de los grupos nos identificamos más? El creyente debe ser amable, lo dice la Palabra, esforcémonos por ser cada vez más amables.
Ahí tenemos un ejemplo de pecado relativamente común a todas las personas, lo cual debe llevarnos a analizar nuestro corazón a la luz de las Escrituras para verificar su estado en relación a las transgresiones que vamos cometiendo en nuestro día a día.
Ya lo dijo Jesús, Él no vino a este mundo para llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Este pasaje de la vida de Jesús se dio a causa de los escribas y fariseos, quienes murmuraban contra los discípulos, criticándolos por compartir con pecadores (Lucas 5:30-32). En el transcurrir de los tiempos siempre ha habido personas seguras de no ser pecadoras o no tan pecadoras, tal cual los escribas y fariseos de los tiempos de los inicios de la era cristiana.
Cometer un solo pecado es suficiente para constituirse en pecador. Por supuesto que no existe nadie que tenga un único pecado, todos tenemos multitud de pecados de manera individual (Romanos 3:23). ¿Habrá alguien que pueda decir delante de Dios santo “yo no he pecado”?
La consecuencia inmediata del pecado de todos es la muerte (Romanos 5:12), Pablo lo dice con toda claridad: la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Gracias a Dios y su misericordia este no debe ser necesariamente el desenlace final, Él puede perdonar al culpable y justificarlo de su pecado haciéndolo justo por medio de Jesucristo.
A través de Jesucristo se anuncia perdón de pecados, en Él es justificado todo aquel que cree (Hechos 13:38-39). Cada pecado merece un castigo inmediato, agradezcamos a Dios por su maravillosa paciencia, además de llamar a los hombres al arrepentimiento.
Jesús milagrosamente hizo que hubiera peces donde no hubo ninguno durante toda la noche. Simón Pedro se atemorizó mucho con el milagro y su reacción fue la de reconocer ser un insignificante pecador al lado de la grandeza y pureza de su Maestro.
Pedro estaba convencido, el pedido de volver al agua para pescar de su Señor no sería efectivo, pues habían intentado durante muchas horas conseguir algo de pesca en la red y todo sin éxito. Su actitud fue de un sometimiento dudoso, “si Tú lo dices mi Señor, te haré caso echando una vez más mi red, pero solo por el respeto que te mereces”.
Pedro no pensó sobre la realidad de dejar al mando a Jesús, creyendo todo lo que Él dice. El Señor siempre hace todo mejor que nosotros, Él es nuestro reemplazo idóneo, la pregunta es si estamos dispuestos a cederle el mando de nuestras vidas.
La vida es una lucha constante, contra el mundo, contra el pecado, contra nosotros mismos. Resignarse para no volver a intentarlo es una mala práctica, incluso si no nos fue tan bien. Es imprescindible seguir los lineamientos de Jesucristo para que nos vaya mejor.
Jesucristo podría apartarse de nosotros pecadores en toda justicia. Pedro pensó que no era digno de tan santo Varón, así como ninguno de nosotros es digno de Él. En vez de pedirle que se aparte, tenemos que implorarle para que no se vaya. Pidámosle en ruego que habite en nuestro corazón, para limpiarlo de todo mal y transformarlo a su semejanza.
Jesús se destaca por su incomparable bondad y misericordia, terminó por decirle a Pedro que no se preocupara y dejara de temer, pues desde ese momento Él le haría pescador de hombres. Cuan grande distinción le estaba haciendo a un vulgar pecador, cuanta distinción ejerce el Señor sobre nosotros, personas comunes y corrientes, indignas de ser miradas por Él.
Les deseo un día muy bendecido.