“Y él con ímpetu y furor escarba la tierra, Sin importarle el sonido de la trompeta; Job 39:24 RVR1960
Queridos amigos, se habla de los hombres caídos en batalla, pero no así de los bravos caballos que murieron y que también evitaron que mueran sus jinetes.
Su importancia no era menor, incluso a inicios de la Segunda Guerra Mundial se vieron arremetidas de caballería en Polonia, que fueron aniquiladas por la maquinaria de guerra de la Alemania nazi. Sin embargo, en miles de batallas los caballos se constituyeron como un elemento de importancia estratégica para los ejércitos.
Todavía se recuerdan los nombres de caballos que acompañaron y sirvieron fielmente a sus amos: Bucéfalo fue el caballo de Alejandro Magno, Marengo fue el fiel acompañante de Napoleón Bonaparte, Palomo perteneció a Simón Bolivar, Siete Leguas acompañó a Pancho Villa, en Bolivia recordamos con tristeza a Holofernes caballo del presidente Melgarejo, quien lo habría cambiado por un pedazo de territorio equivalente al tamaño del casco del animal sobre el mapa.
Los caballos se distinguen por su carácter noble, condición que los llevó a convertirse en animales admirables y en majestuosos compañeros. Pero el caballo de batalla es especial, pues tiene fuerza y destaca por su valentía, algo que lo cubre con un manto de misterio.
Hay cosas que Dios creó, como el caballo de guerra, una criatura muy cercana al hombre, que sin embargo, no da lugar a entender de dónde viene su bravura. ¿Hay alguien que pueda explicar lo que da al caballo su fuerza? (Job 39:19), ¿cómo puede reírse del temor y mostrarse impaciente, escarbando la tierra con ímpetu, ansioso por ir a la batalla? (Job 39:22-25).
El hombre cree tener respuesta para (casi) todo, pero en un pequeño debate con Dios, su ignorancia quedaría completamente desnudada, porque no podría responder a muchas preguntas. Es así que el hombre debe aceptar las cosas de Dios tal y como vienen, pues ¿cómo podría esperar saber sobre las razones que tiene Dios para sus decisiones?
En cada parte del universo creado por Dios hay misterios para el hombre. Sus pensamientos y Sus caminos son más profundos de lo que nuestra mente puede entender, son inescrutables para nuestra imaginación finita.
La maldad reinaba en Jerusalén. El profeta se horrorizó al ver tanto crimen, y así señaló lo que el futuro le deparaba al maleado pueblo: serían aniquilados por los caldeos. Es así que describe una escena con caballos de batalla: Sus caballos serán más ligeros que leopardos, y más feroces que lobos nocturno, y sus jinetes se multiplicarán; vendrán de lejos sus jinetes y volarán como águilas que se apresuran a devorar (Habacuc 1:8).
Es doloroso observar la obstinación irrazonable de Israel, al igual que la encaprichada terquedad del hombre actual. El pueblo se dispone para el mal como el caballo se precipita locamente para la pelea. La mano de Dios se levantaba contra el pecado, y utilizaba también al caballo de batalla para la destrucción. Dan era la tribu ubicada en el extremo norte de Israel, y sería la primera en experimentar las consecuencias del avance del enemigo.
Desde Dan se oyó el bufido de sus caballos; al sonido de los relinchos de sus corceles tembló toda la tierra; y vinieron y devoraron la tierra y su abundancia, a la ciudad y a los moradores de ella (Jeremías 8:15).
Cuando llegue el fin del mundo los caballos también participarán sirviendo a los jinetes del Apocalipsis 6:1-8, y Cristo regresará montando un caballo blanco (Apocalipsis 19:11-16).
Tengamos cuidado de no morir como el pueblo de Israel, sin cambiar, sin pedir perdón ni arrepentirse, porque no quisieron venir a Dios, no quisieron escuchar sus razones, no quisieron ser obedientes. El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria (Proverbios 21:31).
Les deseo la bendición de gracia.