En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4:22-24 RVR1960
Queridos amigos, cuán difícil resulta para el hombre natural asumir la manera de vivir de Cristo, especialmente porque sus intereses están orientados hacia las cosas vanas y sin trascendencia de este mundo.
El hombre natural argumentará a su favor, indicando que de ninguna manera las cosas que realiza son intrascendentes. Pero el Predicador de Eclesiastés contraargumenta afirmando que en este mundo todo es vanidad, porque el hombre natural al final no tiene ningún provecho de todo lo que hace (Eclesiastés 1:2-3).
El grave problema del hombre es su condición caída, que no le deja ver más allá de lo que su razón e inteligencia humanas se lo permiten. El apóstol Pablo asevera que tiene el corazón petrificado, un corazón que no tiene sensibilidad para las cosas verdaderamente importantes.
La acción del pecado tiene además un efecto petrificador. El pecado endurece tanto, al extremo de perderse toda sensibilidad espiritual. Puede que algunos pecados sean vistos con horror, pero hay muchos otros que fluyen normalmente, por eso Pablo habla de una conciencia cauterizada (1 Timoteo 4:2).
Los inconversos andan por todos lados en la vanidad de su mente, porque están desprovistos de la luz de Jesucristo, que ilumina y permite ver. No tienen ningún conocimiento de salvación y caminan en tinieblas, amándolas más que a la luz.
La vida común y corriente de los impíos es la que los cristianos deben dejar atrás. Esa es una vida de pecado que debe quedar en el pasado, pues los verdaderos cristianos son convertidos por el poder del Espíritu Santo a una nueva naturaleza.
Es menester del nacido de nuevo dejar la vieja manera de vivir, pues ha sido convertido a nueva persona en Cristo. Si bien el cambio de naturaleza es radical, Dios en su bondad permite que vivamos un desarrollo gradual de nuestro cristianismo. No adquirimos de un solo golpe todos los pensamientos y actitudes de Jesucristo. Vivimos un desarrollo espiritual gradual, por eso es tan importante que nos esforcemos por conocer y seguir lo que Dios quiere.
El creyente genuino no anda empujado por sentimentalismos, ni por impulsos y deseos. Su conversión genera un compromiso indisoluble y consciente con su Señor. Gracias al poder del Espíritu Santo le es otorgada una nueva capacidad para adoptar un nuevo estilo de vida estrechamente vinculado a la obediencia a Dios.
El creyente regenerado ha sido renovado a la semejanza de Dios y cuenta con características de Jesucristo como son la justicia y la santidad, completamente contrarias a la corrupción y rebeldía de su vida pasada.
El nacido de nuevo debe vestirse con ropas de pureza, desechando el ropaje de la vieja naturaleza, que está corrompida por deseos engañosos, que prometen felicidad pero que al final convierten a los hombres en más miserables. Ha de despojarse del viejo hombre, dejando de vivir en Adán, y ha de revestirse del nuevo hombre, viviendo en Cristo Jesús. Con Adán ingresó el pecado, con Jesucristo fue vencido.
Hemos de descartar todas nuestras viejas actitudes y modos de comportamiento en la medida en que sean contrarios a Dios. Él nos da ojos y oídos espirituales para discernir entre lo bueno y lo malo. Estamos llamados a buscar decididamente la renovación diaria de nuestro espíritu al ejemplo de nuestro Señor.
La transformación debe ser visible, en lugar de la mentira debe prevalecer la verdad, la paz se sobrepondrá a la ira, el camino recto se impondrá sobre la deshonestidad y la pureza de labios y mente opacará a la común suciedad que nos rodea. Y quizás de esa manera algunos se darán cuenta de la presencia del Señor Jesucristo y de su Espíritu Santo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.