A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Mateo 27:42 RVR1960
Queridos amigos, en estos días recordamos la muerte de Jesús, sin lugar a dudas el evento histórico más importante para la cristiandad.
Algunos creen que el nacimiento de Jesús es el momento más importante, sin embargo su muerte y posterior resurrección son los momentos trascendentales que definen la victoria sobre el pecado y sobre la muerte para que los que en Él creen puedan vivir la maravillosa vida que Dios promete (está escrito en las Sagradas Escrituras).
El plan diseñado desde antes de la fundación del mundo se estaba llevando a cabo a la perfección, nada había fallado, todo funcionaba magistralmente y nada ni nadie se podía interponer entre Dios y su plan de redención.
El mundo ciego, como de costumbre, no podía ver ni un palmo más allá de sus narices. ¡Qué pedido más necio el que hacían al decir que si Jesús descendía de la cruz creerían en Él! No tenían ni la más pálida idea de que ese hombre que veían colgado en el madero, estaba realizando el mayor sacrificio posible por la humanidad entera y que descender para salvarse hubiera sido ir en contra de un maravilloso plan que se estaba consumando como inigualable obra de relojería.
Era imposible que Jesús se salvase a sí mismo y fuese Salvador de otros al mismo tiempo. Sin cruz no puede haber Cristo.
Jesús nunca pecó, sin embargo, fue tratado como el más vil de los pecadores. Sufrió el oprobio, la peor de las humillaciones para que nosotros pecadores podamos ser contados entre los santos.
El Santo se hizo pecado para que los pecadores se hicieran santos.
En la escena del mayor crimen de la humanidad habían quienes casualmente pasaban por ahí, dado que era un lugar de tránsito, seguramente se detenían a observar con asombro la cruel escena; así mismo se encontraba la chusma ignorante que insultaba con blasfemias a Jesús y también estaban los instigadores de su muerte, los líderes religiosos de los judíos, que en su hipocresía no se dirigían directamente a Él.
Murmuraban entre sí, mofándose que ese hombre había salvado a otros y que a sí mismo no se podía salvar, sin siquiera soñarlo estaban acertando completamente en su aseveración. Tal era su ceguera y atrevimiento que decían «con que es el Rey de Israel, ¿no? ¡Que baje de la cruz ahora mismo y creeremos en él!». No intuían, que eran utilizados para llevar a cabo el plan de Dios.
Jesús es el Cristo (Mesías) que vino a salvar a otros negándose a sí mismo hasta la misma muerte. Su muerte, por tanto, es el evento más representativo de su vida terrenal y para nosotros los creyentes es el evento más horroroso y al mismo tiempo más sublime (estoy usando un comparativo en combinación con un superlativo) que jamás debemos olvidar, recordándolo siempre con un corazón de infinito agradecimiento.
Cuando somos bendecidos a través de la muerte de Jesucristo en la cruz, logramos entender que la verdadera vida se encuentra cuando uno renuncia a su vida propia para vivir por y para Cristo Jesús en obediencia a sus preceptos.
Tan doloroso como es adentrarse en el sufrimiento que Él tuvo, no solo el físico sino principalmente el espiritual, también debemos adentramos en el gozo que tal sacrifico trae a nuestras vidas.
En esta Semana Santa estemos gozosos porque sabemos que Jesucristo sufrió y que eso ya pasó, ahora reina como lo que es: Rey de reyes y Señor de señores y ya tiene morada para todos los que podemos ser llamados hijos de Dios.
Les deseo un hermoso fin de semana largo, recordando con gozo las maravillas de nuestro Señor Jesucristo.