Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Hechos 10:34-35 RVR1960
Queridos amigos, dentro de la naturaleza del hombre está la necesidad de diferenciarse.
Es por eso que con orgullo se gusta mostrar los diferentes logros conseguidos por uno mismo o por seres cercanos. Saberse pariente o amigo de algún personaje famoso es motivo para que muchos anden pavoneándose por el mundo.
Por el otro lado está la manera más negativa de diferenciarse, ya sea a través de las diferencias de raza, educación, sociales, nacionalidad, género, religiosas, económicas entre otras. A partir de estas diferencias nace la discriminación, la cual es tan combatida en estos días y es usada como bandera por los políticos.
La discriminación consiste en dar un trato desfavorable u otorgar un desprecio inmerecido a determinadas personas o grupos. Una persona discriminada es tratada peor que otros por motivos arbitrarios, es vista como inferior.
Durante el primer siglo las diferencias entre judíos y gentiles eran muy marcadas, dominaban el prejuicio y la discriminación. Cada quien por su lado se consideraba superior o tenía algo que observar sobre el comportamiento y las costumbres del otro.
El mundo de la época estaba dividido entre el pueblo escogido de Israel y todos los demás que no eran judíos llamados gentiles, hasta que vino Jesucristo quien murió por judíos y gentiles.
Una gran mayoría de los convertidos era judía y dentro de su estricta tradición el solo pensar en tener que compartir con los gentiles era motivo para echar un grito al cielo y escandalizarse.
Pedro no se quedaba atrás, hasta que por obra de Dios tuvo una visión que le abrió los ojos y le mostró claramente que Dios no hacia diferencias de ningún tipo entre sus criaturas. Poco después recibió visitas, quienes le pidieron ir a ver a Cornelio, un militar romano, y su familia.
Probablemente Pedro se hubiera negado a ir, sino hubiese tenido la visión que iluminó su perspectiva, porque, a pesar de ser convertido cristiano, tenía muy arraigada la tradición judía, desaprobando cualquier tipo de relación con los gentiles, porque la veía como abominación.
Grande fue la sorpresa e inmensa la alegría de Pedro al constatar que Cornelio y los de su casa se convirtieron a la misma fe que el profesaba después de haberles impartido el Evangelio ordenado por Dios, poniendo de lado sus orígenes y su sentir personal.
Se demostraba que la fe cristiana era para todos los que creyeran en Cristo Jesús como Señor y salvador, Dios no hace ninguna diferencia entre judíos y gentiles, sino que se agrada de quien le teme y vive según su justicia, sin importar su origen, estatus social o económico, etc.
Nosotros, los creyentes, no debemos permitir que las barreras generadas por el mundo impidan la difusión del Evangelio, en nuestro corazón debe estar sellado que si Dios no hace acepción de personas, quiénes somos nosotros para hacerlo?
La gente del mundo siente como un derecho el discriminar a quienes tiene por inferiores, y en la realidad del mundo se vive palpando la discriminación.
Lo hermoso es cuando dos hijos de Dios de extracción diferente se juntan; saben que ambos son hijos del Altísimo y se saben amados sin acepción alguna. Se gozan en el Señor y se profesan el amor que Dios quiere que exista entre sus hijos, algo que los inconversos no entienden y juzgan como locura o exageración.
Que Dios les bendiga con su gracia.