quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 2 Timoteo 1:9 RVR1960
Queridos amigos, el maravilloso llamamiento del Evangelio es un llamado santo, que conduce al anhelo de una vida en santidad, porque santifica.
La salvación para los escogidos fue dada desde antes de la fundación del mundo por la misericordia y libre gracia de Dios, pues ese es el propósito de Dios desde la eternidad. Él había planificado en la eternidad enviar al mundo a su amado Hijo para (vivir y) morir para pagar los pecados de muchos.
Por gracia (no merecemos ser salvados) y por medio de la fe en Cristo Jesús podemos tener vida eterna, porque Él no solo murió por nuestros pecados sino que también resucitó, y con ello, destruyó el poder de la muerte.
Observamos que el hombre nada debe ni nada puede hacer para su salvación, pues no es posible redimirse del pecado realizando obras humanas. Para la salvación Dios es el único que obra, y lo que hace lo realiza según su voluntad y soberano propósito, porque Él tiene misericordia de quien quiere tener misericordia, y por tanto, da gracia a quien Él quiere dar gracia.
El evangelio de Jesucristo es poder de Dios, y la santa Palabra conduce al hombre a la libertad del pecado. El hombre natural antes de conocer a Cristo se encuentra sometido a la esclavitud del pecado, una forma de vida completamente alejada de Dios. Tiene pensamientos y acciones contrarios a los preceptos del Padre y sin la cruz de Cristo sus malos hábitos le parecen satisfactorios.
El poder del evangelio conduce de oscuridad a luz, pues es la Luz (de Jesucristo) la que ilumina las tinieblas, haciendo justos de pecadores. Pero no solo tiene poder libertador sino que también conduce a que los redimidos quieran seguir el camino de la Verdad (Jesucristo), que es senda de santidad.
Al oído del hombre natural puede sonarle contradictorio que vale la pena sufrir por el evangelio, pues solo un loco quisiera sufrir por algo invisible. El problema radica en que la lealtad al evangelio acarrea problemas y en muchos casos persecución.
Los redimidos reciben espíritu de poder, es una condición donde reina el amor, la misericordia y el dominio propio, que son instrumentos dados por Dios para enfrentar las dificultades, que el nacido de nuevo debe sobrellevar como extranjero entre el mundo que lo rodea.
El espíritu de temor, que suele dominar al impío no es parte de la vida del creyente genuino, pues el Espíritu Santo es autor de una disposición valiente, la cual da lugar a que los miedos e inseguridades esclavizantes existentes en el corazón de los no redimidos sea algo del pasado en la vida del convertido.
Este es un mundo de tribulación para píos e impíos, entonces el creyente no debe sorprenderse de las aflicciones que se le presentan, pero la buena noticia es que está munido del poder de Dios para sobrellevarlas, recordando siempre, que para los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien (Romanos 8:28).
Los creyentes verdaderos no deben andar quejándose. Observemos cuál era el plan divino para el apóstol Pablo, pues terminó su vida en una situación miserable, muriendo decapitado. Pero aún así no dejó de gozarse en su Señor, demos por seguro que murió contento, haciendo gala de su gran amor a Dios.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.