Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, 1 Timoteo 1:8-10 RVR1960
Queridos amigos, ¿qué constriñe o apremia al hombre para no transgredir la ley?
Las leyes de los hombres se van generado en la medida en que se hace necesario normar situaciones nuevas, que deben encontrarse dentro de un marco definido, a fin de establecer las reglas del juego y hasta donde se puede llegar sin incurrir en transgresión.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. El hombre natural es esquivo a la ley, especialmente a aquella que le afecta por ir en contra de sus intereses personales. La ley humana busca satisfacer el bien común, aspecto que el egoísta individualismo no toma en cuenta.
La ley de Dios está inmersa en las leyes humanas, aunque temas tales como el aborto, el adulterio, la fornicación o el homosexualismo han sido “perfeccionados” por las modernas leyes humanas. La ley humana es buena y debe ser cumplida siempre y cuando no se superponga a la ley de Dios.
Creo que hay tres grupos, que se pueden definir como los más representativos. Están los rebeldes que viven al margen de la ley, son conocidos como los sin ley. Son demasiado flojos o indisciplinados o quizás orgullosos como para someterse a un orden. Saben la diferencia entre lo bueno y lo malo, pero no dejan de hacer lo malo con plena consciencia.
Después vienen aquellos que dicen aceptar la ley, el grupo más numeroso, pero a la primera oportunidad que se les presenta la incumplen para sacar alguna ventaja, esgrimiendo siempre un justificativo para su transgresión. Son los que se rasgan las vestiduras cuando ven incumplimiento en otros. Los dos primeros grupos se cuidan de no ser descubiertos, pues temen el castigo o las consecuencias sociales.
Parecería que la ley está para incumplirla. Sin embargo, fue creada para proteger y frenar actos de maldad, violencia, indecencia, deshonestidad, etc. Si el mundo fuera de buenas personas no harían falta las leyes. Pero ahí está el mundo lleno de leyes.
El tercer grupo es de aquellos pocos que desean seguir la ley de Dios porque su corazón ha sido cambiado por el Espíritu. Saben que la ley es santa, justa y buena. Anhelan cumplirla por amor, el amor a su Señor los constriñe a ser obedientes.
La Palabra nos enseña que la ley de Dios no puede ser cumplida por el hombre natural, por lo tanto, se convierte en maldición, porque al no poder ser cumplida tampoco se puede conseguir la salvación a través de ella.
Para dejar de estar bajo la maldición de la ley es necesario ser hechos justos por el derramamiento de sangre de Jesucristo y la fe en Él como Señor y salvador. El arrepentimiento de pecados debe ser genuino y el alejamiento del pecado también.
La bondad es fruto del Espíritu y no procede del miedo a la ley ni del miedo al juicio y castigo, más bien viene como resultado del amor que Dios da primero. Ningún creyente genuino querrá defraudar el amor de Jesucristo que está en él.
Si se cumple con el segundo mandamiento: “amar al prójimo como a uno mismo” se cumple la ley. La ley del amor, el amor de Dios es lo que apremia a los cristianos verdaderos a querer cumplir la ley.
Les deseo un día muy bendecido.