Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Mateo 10:28 RVR1960
Queridos amigos, la muerte desde siempre ha sido un motivo de máxima preocupación para el hombre, porque normalmente está ligada a sufrimiento, ya sea sufrimiento físico o psicológico, ambos generan temor en el humano.
Hoy en día es poco común que vivamos temiendo morir como en tiempos pasados donde las revoluciones, las guerras y las invasiones eran comunes y al parecer el valor de la vida era menor.
En estas épocas tememos moriría más por accidente o por enfermedad.
Estamos muy enfocados por salvaguardar nuestra vida física y en la constante búsqueda de evitar el dolor, además de buscar sistemas que nos garanticen mayor seguridad a fin de disminuir el riesgo de muerte, lo cual me parece muy bien, sin embargo, es lo triste, el mundo realiza todo esto sin poner énfasis en lo espiritual, en lo eterno y verdadero.
La búsqueda para combatir el dolor y la muerte se realiza en grandes equipos, en grandes conglomerados empresariales, mientras que la búsqueda espiritual se reduce al ámbito personal y solo unos pocos están en ese camino.
La Palabra nos amonesta diciéndonos que no andemos preocupados por salvar nuestras vidas en este mundo, porque nuestro pasar por él es intrascendente. Los humanistas y los filósofos pueden llegar a hacernos creer lo contrario, sin embargo según las Sagradas Escrituras no somos más que la flor de campo que se marchita y muere.
La verdadera trascendencia se alcanza cuando durante de nuestra vida física reconocemos a Jesucristo como nuestro Señor y alcanzamos vida espiritual eterna.
No temamos pues por lo que nos pueda pasar en este mundo, sino por lo que vendrá después de esta vida. Está escrito que después de la muerte física existe una muerte segunda que es de índole espiritual. Esta segunda muerte implica estar en el infierno por la eternidad.
El mensaje es que hay que temer a Dios porque Él es quien lleva a las personas a un final o a otro. De ninguna manera pensemos que es una decisión arbitraria de Dios, todo final está sustentado en su perfecta justicia divina.
Temor de Dios significa reverenciar al Dios Altísimo, vivir en obediencia y sujetándose a sus preceptos.
Jamás existió un humano que pueda sujetarse de manera perfecta a los preceptos o mandamientos de Dios, es por eso que la Palabra dice que no hay justo ni uno, lo cual implica que ni un solo humano se salva de ir al infierno de acuerdo a la justicia de Dios.
Recordemos el famoso pasaje de la mujer adúltera donde Jesús instó a tirar la primera piedra al que estuviere libre de pecado.
El resultado fue que quedó solo con la mujer. En esa ocasión se trataba de judíos que tenían alguna relación con Dios y se sabían pecadores. Hoy en día existen muchísimas personas que creen en la inexistencia del pecado.
Dios conoce de nuestra miseria por el final que nos espera, es por eso que en su infinita misericordia envió a su único hijo a morir en la cruz para que de esa manera se hiciese la justicia necesaria para pagar los actos de injusticia de los que irían a creer.
Jesucristo murió en la cruz para pagar nuestros pecados de manera sustitutiva en vez de que nosotros los paguemos. Él se hizo pecado por los que iríamos a creer en Él. Obró justicia sobre sí mismo para que los que en Él creamos fuéramos justificados de nuestras transgresiones.
En cierta manera se trata de tener miedo de Dios, al fin y al cabo es un ser temible por su inflexible pero perfecta justicia, aún teniendo atributos eternos de amor, fidelidad, bondad y misericordia, porque ni Él mismo puede ir en contra de su propia justicia, que sería el acto más injusto e infiel del universo.
Elevemos ruegos a Dios para que tenga misericordia de nosotros, agradezcámosle por haber enviado una salida a nuestro destino de muerte a través de su hijo Jesucristo muriendo en la cruz.
Sigamos lo que nos dicen las Escrituras «arrepentíos y convertíos».
Que Dios les bendiga con su infinita gracia. Tengan un muy bonito día.