Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lucas 22:44 RVR1960
Queridos amigos, en los Estados Unidos la pena de muerte está instituida en 32 de sus 50 estados y las ejecuciones se dan con cierta frecuencia.
Por motivos humanitarios se utiliza una inyección letal en vez de la silla eléctrica, la horca o el gas letal, y curiosamente en algunos estados el reo puede escoger el método con que morirá.
Aunque el sufrimiento físico es inevitable, se supone que el procedimiento de inyectar una mezcla de diferentes fármacos hace la muerte menos dolorosa.
Ahora pensemos en el estado emocional de aquellos asesinos demostrados, que saben que morirán. Ellos no pasan por el estado agónico de cualquiera que se encuentra en el proceso natural entre la vida y la muerte, cuyas funciones vitales se van apagando poco a poco, mientras sus funciones intelectuales desaparecen.
Más bien se trata de una agonía consciente acompañada de angustia y padecimientos emocionales intensos. Agonía deriva del griego y significa “lucha”. Nadie quiere morir, ni siquiera el apóstol Pablo, quien expresó que morir es ganancia. Entonces imaginemos la tremenda lucha interna de estos convictos a la pena máxima.
Girando la página volvamos dos mil años atrás a un jardín en el monte de los Olivos, donde un varón de treinta y tres años oraba para no morir. Si no se tratase de alguien sin pecado, sin culpa y sin justo juicio para ir al cadalso se podría decir que estábamos ante una escena más en la que un procesado debía pagar su deuda con la muerte.
En la historia de la humanidad no existe una escena comparable a esta. Jesús podía salir corriendo, tenía la posibilidad de dar marcha atrás para no pasar por el sufrimiento de la muerte de cruz. Tenía la decisión en sus manos, no morir y condenar al mundo o morir y salvarlo. Él fue obediente y continuó con la misión para la que había venido.
La diferencia entre un convicto y nuestro Señor es que el reo sabe que morirá y después se irá al cielo si se convirtió a tiempo o simplemente no sabe nada de lo que le espera después de la muerte y por ello tiene miedo, en tanto que Jesús enfrentaba una tremenda lucha porque sabía con precisión lo que le esperaba, pues tenía el conocimiento anticipado de los terrores que le estaban preparados, no solo sufriría la terrible crucifixión, pero eso no era lo peor, tendría que afrontar la separación total de Dios que experimentaría por morir por el pecado.
La agonía de Jesús no era a causa de un temor a la muerte o al sufrimiento físico, sino por la asociación de su muerte con los pecados, el dolor y la tristeza del mundo. Por este acto de amor supremo el Señor sufrió más de lo que se puede expresar con palabras.
Nos dejó el ejemplo de orar en nuestros malos momentos. Él oró más fervorosamente que en otras ocasiones, porque entregarse a Dios nunca es inapropiado o inoportuno, incluso cuando su voluntad se manifiesta como muy difícil de cumplir.
Las gotas de sudor de Jesús eran como grandes gotas de sangre que caían. Expresa la manera en cómo su alma estaba sufriendo. Nos encontramos ante otro ejemplo de la lucha contra el pecado. Debemos orar para ser fortalecidos a fin de resistir las tentaciones hasta derramar nuestra sangre si fuera necesario.
Miremos las horrorosos consecuencias del pecado con la misma lente que acabamos de ver el terrible sufrimiento de nuestro Señor, y de esa manera deseemos en nuestro corazón odiar y abandonar el pecado.
Les deseo un día muy bendecido.