Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; Hechos 9:13 RVR1960
Queridos amigos, el gozar de una mala reputación debe ser considerado como algo penoso y doloroso, pero ser temido por evidente maldad es algo horroroso. Saulo de Tarso, fariseo de fariseos, era un abierto perseguidor de cristianos.
Su nombre era conocido y temido en los círculos de creyentes, había ganado notoriedad por el enardecido fervor, que le ponía a su obra de perseguir a los seguidores de Cristo. Se podría decir que era el enemigo público número uno de la Iglesia, que además poseía las condiciones ideales para cumplir con su maligna obra; era un fariseo tremendamente orgulloso, un blasfemo insolente y un opresor desalmado.
En Damasco los judíos cristianos todavía se mantenían arraigados a las sinagogas. Ananías, un convertido verdadero, era un hombre piadoso conforme a la ley, que gozaba de buen testimonio por parte de los judíos que vivían allí, no era una celebridad, pero era un hombre de Dios. Aparentemente la hostilidad de los judíos para con los cristianos todavía estaba latente en Damasco, pero el nombre y la reputación de Saulo ya habían llegado.
No deja de sorprender la bondad de Dios al usar a personas como “copartícipes” en la obra de salvación. Después de su encuentro con Jesús, Saulo (el apóstol Pablo) llegó ciego a Damasco y no comió ni bebió durante tres días. Pasado ese tiempo necesitaba que alguien lo guiara y ayudara.
Dios le habló a Ananías para que visitara a Saulo. La reacción de Ananías fue lógica, pues parecía que Dios quería ponerlo en peligro, mandándolo directamente a la boca del lobo. Quiero pensar en su respuesta ante el pedido de Dios: “Señor no me acuses de tener prejuicios, pues se de primera fuente, que esta persona es un asesino perseguidor de la Iglesia. Me parece imposible, él nunca llegará a ser cristiano…”.
Nuestra lógica, conocimientos y prejuicios nos conducen a generar opiniones firmes, pero para Dios nada es imposible, entonces no podemos creer que para Dios existen límites. Si Dios nos habla, ojalá lo hiciera audiblemente, hemos de confiar plenamente en lo que nos diga, partiendo del principio de que Él sólo busca el bien y que su decisiones son perfectas.
Ananías demostró ser un genuino creyente, pues a pesar de sus prejuicios obedeció a Dios. El hecho de obedecer no quita las dudas ni los recelos, incluso pudo haber emprendido la tarea de mala gana por saber a quién estaba yendo a socorrer. Pudo haberlo tratado con distancia, incluso llegar a recriminarlo por sus actos, pero no fue así.
Ananías procedió como un creyente genuino debe actuar, se tragó su miedo, su orgullo, su celo y armado de amor y misericordia cristianos se dirigió al susodicho como “hermano Saulo”, poniendo sobre él las manos. Es una hermosa demostración de los cambios que Cristo puede obrar. Del odio nace el amor, algo imposible para el hombre pero posible para Dios.
Su cambio fue genuino, no tuvo que fingir, porque estaba reconociendo formalmente en Saulo a un hermano en Cristo. Esa es la esencia del Evangelio, dos enemigos irreconciliables se habían encontrado en Cristo y se reconocieron como hermanos en la fe. Es una plena demostración de lo que el amor de Cristo puede conseguir.
Cuánta alegría habría sentido Ananías al ver a un terrible enemigo convertido no solo en amigo, sino en hermano; y cuánto gozo habrá habido en el corazón de Saulo al saberse perdonado y reconocido como hermano. Una historia de inicio trágico y de final feliz, feliz, feliz.
Les deseo la bendición de gracia.