como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos. 2 Corintios 8:15 RVR1960
Queridos amigos, suena contradictorio que quien se esforzó por recoger mucho no haya tenido más que aquel que recogió poco, sin embargo, es un principio de sabiduría por parte de Dios.
En este mundo competitivo los poco ambiciosos suelen ser tomados a menos, por ejemplo, en el ámbito empresarial se los cataloga como perdedores, pues el nivel alto de ambición es considerado como un detonador del éxito.
El concepto se enfoca en cuánto más se consigue más exitoso se es. El mundo te enseña que debes ser el mejor en lo que hagas, despertando tu ambición, pues de esa manera podrás conseguir el éxito deseado.
Lamentablemente esta forma de percibir las cosas tiene su lado destructivo, porque muchos no dudan en pisar al prójimo para ascender por la escalera del éxito. Además el precio que hay que pagar para conseguir ser el mejor puede ser demasiado alto, sobrepasando el valor de lo logrado.
La perspectiva espiritual es de carácter eterno, por lo tanto, el transcurrir por esta vida, aunque se viva 120 años, es absolutamente insignificante en comparación al tiempo que algunos pasarán en el cielo y otros en el infierno.
Desde dicha perspectiva atesorar ávidamente las cosas de este mundo con la incertidumbre de disfrutarlas o no, se convierte en intrascendente. Muchos hombres riquísimos están bajo tierra al igual que muchos que murieron de hambre. Los unos dentro de un panteón de mármol y los otros en una fosa común, pero ambos volvieron al polvo bajo condiciones iguales.
La muerte física iguala a ricos y pobres, esa es una manera que Dios diseño para que el hombre entienda las cosas relevantes de la vida y que al final no tiene ningún valor ser el más rico del cementerio.
La desproporción se encuentra entre la cantidad de pertenencias de un rico con relación a las de un pobre. En estos tiempos los ricos son inmensamente acaudalados y los pobres, un buen número de ellos, sobrevive con lo que tiene. Sin embargo, no existe la misma desproporción en el disfrute de las cosas de esta vida, pues, por ejemplo, tanto los ricos como los pobres pueden deleitarse observando la maravillosa creación de Dios.
Somos llamados a estar contentos con lo suficiente, pero la competitividad y la ambición conducen a caminos escabrosos de deseos desmedidos. Pocos se detienen a pensar que al final un traje bordado de piedras preciosas o un simple vestido cumplen la misma función de proteger al cuerpo, aunque el primero es parte de la mencionada desproporción y aporta a la vanidad, al orgullo, la soberbia y el despilfarro.
Quienes más tienen no pueden abrigarse o comer sin límites, y los que tienen menos, generalmente, también cuentan con abrigo y comida. Como resultado el que mucho acapara tampoco tiene mucho que le sobre y el que poco recoge nada le falta.
Nuestro Dios quiere que confiemos en su Providencia, en que Él se ocupará de entregarnos el pan de cada día, por tanto, no debemos ocuparnos de acumular de manera innecesaria.
Lo necio de acumular se ve reflejado en la historia del Éxodo donde los que recogían más Maná no tenían más para comer que los que recogían poco. Las cantidades excedentarias se agusanaban, de modo que nadie podía recoger más de lo necesario y guardarlo solo para acumular. Ojalá fuera así con todos los excedentes, que se pudieran compartir con los pobres, pero, sin embargo, suelen terminar en el basurero, especialmente en las sociedades de consumo.
Lo que se junta con codicia, pensando en que servirá para asegurar el futuro, es en realidad un desperdicio. Porque no se acumula pensando en el bien que se podría hacer al prójimo realizando la obra del Señor, sino solo en el propio bien.
Los que mucho tienen deberían dar sus excedentes a los necesitados. El principio cristiano es el de dar con liberalidad como una respuesta al precio que Cristo pagó en la cruz, y no con la expectativa de recibir algo en retorno. Cuando uno da, la mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda, es preciso ser muy discreto cuando se ayuda al prójimo.
Recordemos que Dios promete comida, techo y abrigo para sus hijos, confiemos en sus palabras y demos todo cuanto podamos, pues puede que estemos ayudando a cumplir tan alentadora promesa.
Les deseo un día muy bendecido.
Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.