En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones. Hechos 14:16-17
Queridos amigos, desde la creación del mundo Dios ha permitido que sus criaturas siguieran sus propios caminos.
Nadie podrá aseverar que en algún momento de su vida fue forzado por Dios a seguirlo o a hacer algo en contra de su voluntad, Él deja que cada uno haga lo que mejor le parece. A pesar de ello, Él siempre se ha manifestado a sus criaturas haciendo el bien. Para algunos las lluvias y las cosechas son solo fenómenos de la naturaleza, para otros son obra de Dios.
Cuando las palabras de nuestro versículo fueron dichas Pablo y Bernabé estaban en una situación que probablemente los llevó a la mayor de las perplejidades. Se encontraban ante un pueblo idolatra que deseaba ansiosamente adorarles porque estaban seguros que se trataba de Zeus y Hermes, dos dioses mitológicos, después de haber presenciado el milagro de Pablo con el paralítico.
¿Cómo hacer entender a una turba un tema tan delicado en pocas palabras? Lo primero que atinaron a hacer fue asegurarles que solo eran dos simples mortales. Por supuesto que su intención central fue liberarlos de la idolatría a través del conocimiento de Jesucristo, pero les era más fácil describir al Dios vivo hablando de su creación y de su gracia común.
El Señor es el artífice de todas las cosas, Él permite que llueva lo necesario y que haya buenas cosechas, de la misma manera Él es quien da todo buen sustento y quien también pone alegría en los corazones de los hombres.
Con esas palabras sobre la revelación natural de Dios trataron de dar un rapidísimo y desesperado pantallazo a los emocionados paganos. Era una muestra clara de la majestad del Creador, porque hablaba sobre sus maravillosos inteligencia, poder y bondad.
La reacción de celo por la honra de Dios cuando los paganos querían adorar a Pablo y Bernabé fue la de rasgarse las vestiduras, no toleraron ni por un momento llevarse algo de gloria. Evidentemente existía un milagro, que era atribuible en su totalidad a Dios y a nadie más.
Cuando estaban bajo la amenaza de ser apedreados su reacción no fue la de rasgarse las vestiduras, porque no estaba en juego la honra de Dios. La tendencia humana es deleitarse en los halagos que se reciben. Esto lo podemos ver cuando, por ejemplo, la gente le dice al pastor lo buena que fue su prédica.
El siervo de Dios puede obtener con mucha facilidad honras indebidas, especialmente si se adhiere a los pensamientos y percepciones erróneos del hombre natural.
El verdadero hombre de Dios debe detestar todo lo que viene acompañado de vicios y errores, debe aborrecer toda honra indebida.
Lo cual no significa que se la pase corrigiendo a quienes le alaban erróneamente o le honran incorrectamente, más bien debe tener claro en su corazón que la gloria es toda de Dios y que Él es el único merecedor de toda honra. Les deseo un bello día caminando con Jesucristo.