Y quitaron de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron a Jehová; y él fue angustiado a causa de la aflicción de Israel. Jueces 10:16
Queridos amigos, todo buen padre sufre y se angustia por lo malo que sus hijos hacen.
Es conocido que lo que hacen los hijos no es necesariamente un reflejo de su educación, sin embargo, un padre dedicado puede llegar a pensar en qué hizo mal cuando hay resultados malos.
De similar manera, Dios siente ante la desobediencia y consiguiente desventura. Israel se dio cuenta de su terrible pecado y sufría con un corazón arrepentido, mientras tanto Dios era angustiado como Padre cariñoso que es.
Saber que la misericordia de Dios es uno de sus atributos es de gran consuelo, especialmente si Él decide otorgar otra oportunidad. Esto es de n valor cuando se conoce de lo que Dios es capaz, Él puede ser en sumó enérgico y puede castigar duramente y sin previo aviso.
El pueblo de Israel no perdía la esperanza cuando en humilde clamor le pedía perdón a Jehová por sus pecados de idolatría. De la misma manera, nosotros tampoco perdamos las esperanzas de salvación, oremos y clamemos en sumisión, arrepintiéndonos de nuestros pecados.
Tanto como los israelitas, optamos por poner nuestra confianza donde no debemos, es una forma especialmente terrible de rechazar a Dios. Generamos una imposible competencia entre Dios y nuestros ídolos; cuánta actitud de desprecio de nuestra parte y cuánta misericordia y bondad por parte de nuestro Creador.
Es preciso lograr un arrepentimiento genuino, identificando que nada puede competir con nuestro Señor, ninguna de las cosas que elegimos para que le hagan la competencia a Dios debe quedar en duda en nuestros corazones, debemos desecharlas todas como parte integral de nuestro verdadero arrepentimiento, que no es otra cosa que un cambio radical de actitud hacia Él y hacia el pecado.
No seamos como el alcohólico reincidente, que promete vehementemente que se alejará de la bebida y vuelve a caer en su desgraciada trampa. No pidamos a Dios misericordia para volver a pecar.
Pongamos toda confianza en nuestro Señor para poder dejarnos caer en sus brazos con plena seguridad, Él lo permite si nosotros así lo deseamos. Especialmente si nuestro acercamiento es genuinamente humilde, sabiendo que lo que Él nos exige y nos da siempre es bueno.
Busquemos vivir en obediencia, procurando alejarnos de todo mal, seamos sumisos a su santa voluntad y estemos seguros que Él es fiel, apropiémonos de sus promesas y viviremos una vida llena de gozo y paz.
Les deseo un día muy bendecido.