El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. Romanos 13:10 RVR1960
Queridos amigos, toda vez que leo pasajes bíblicos relacionados con el amor me viene a la mente que debo admitir con vergüenza, que en muchas ocasiones no me acerco a hacer lo correcto.
Aunque es cierto que, por ser convertido vivo en el espíritu, de igual forma es definitivamente verdadero que no he dejado de vivir en la carne.
Es innegable que conozco las escrituras, además que el Espíritu Santo se ocupa de recordármelas toda vez que es necesario, sin embargo, es terrible ver cómo prevalece mi carne haciendo yo muchas cosas en la carne que realmente no quiero hacer en mi espíritu.
No solo es una lid externa con el prójimo, sino también una dolorosa y constante lucha interna. Hay días en los cuales me pregunto si el Padre celestial no se aburrirá de mi, sin embargo, el consuelo de su amor y misericordia no tarda en llegar.
Si se trata con amor al prójimo esto no le puede dañar. Es preciso entender qué significa el término amor en el lenguaje cristiano. Anecdóticamente, un conocido refirió que no quería el amor de ningún cristiano, especialmente para su mujer; observamos que su comprensión del amor estaba sujeta a parámetros diferentes.
Para amar a nuestros semejantes es imprescindible tener el amor de Dios, quien, como dice la Palabra, nos amó primero, toda la gloria es para Él. Solo cuando amamos a Dios podemos amar a nuestro prójimo.
A través de una lógica deductiva simple puedo aseverar que en la medida en que amo a mi prójimo amo también a Dios, por lo tanto, si descubro en mi poco amor hacia mis semejantes, también tengo poco amor hacia Dios.
Duro y desalentador pensamiento para algunos, sin embargo, debemos tener presente que los creyentes estamos sujetos a las promesas de Dios, quien, entre otras, nos promete que seremos perfeccionados, lo cual debe alentarnos a seguir perseverando en la santidad y a continuar pidiendo perdón con arrepentimiento cuando caemos.
El amor de un convertido hacia Dios se traduce en obediencia a Su divina voluntad. Hacer la voluntad de Dios es cumplir con sus preceptos legales. Recordemos que el creyente no está sujeto a la ley, porque vive sujeto a la justicia de Jesucristo, pero el amor se traduce en el cumplimiento de la ley.
Entonces no se trata de sentimientos o sentimentalismos, sino de un alto sentido de obediencia (por amor) al que se entregó a la muerte de cruz para que los bendecidos con la gracia vivamos.
El amor a nuestros semejantes incluye los mandamientos de la segunda tabla que Moises bajó del monte Sinaí. Se trata de deberes innegociables que todos debemos cumplir. El que ama a su prójimo no le desea el mal, por tanto no le miente ni traiciona ni roba ni engaña ni adultera con su esposa, etc.
El creyente que dice amar a su prójimo debe sufrir su amor y soportarlo todo con total benignidad, sin envidias ni jactancias y menos vanidades. No debe hacer lo indebido y debe buscar el bien de su semejante sin irritarse y sin guardar rencor. Debe ser feliz toda vez que se hace justicia con su prójimo y defender la injusticia (1 Corintios 13:4-7).
Nos queda pedir en oración de suplica, que el Espíritu Santo obre sobre nuestros corazones para poder humillarnos poniéndonos después del prójimo como es la voluntad de Dios.
Les deseo un día muy bendecido.