No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen. Mateo 7:6 RVR1960
Queridos amigos, así como los perros nada saben del valor de la santidad, los cerdos tampoco entienden nada sobre la valía de las perlas.
Jesús utiliza una forma de paralelismo común en la cultura hebrea, se trata de un método de repetición para enfatizar una verdad: “lo santo a los perros” equivale a “las perlas a los cerdos”. Tanto lo santo como las perlas se refieren a verdades espirituales y son equivalentes por su gran valor.
Es un sinsentido esforzarse por hacerle comprender a un cerdo la belleza de las perlas, la dificultad que conlleva conseguirlas y su consiguiente alto precio. Ya me imagino desgañitándome en mi explicación delante de un sorprendido cochino, para solo darme cuenta de lo infructuoso de mi propósito…
Si tengo conocimiento que la mente del perro o cerdo no tiene capacidad para discernir mi explicación, e insisto en que puedo llegar a hacerle comprender algo sobre santidad o perlas, mi posición es absolutamente necia.
El cerdo y el perro están diseñados para entender ciertas cosas, de la misma manera una persona puede comprender solo aquello para lo que está preparada. Intentar ingresar a su mente o corazón con algún pensamiento que no comprende, es como desear franquear una fortaleza inexpugnable.
Cuando se les habla del Evangelio, muchas personas generan en sus mentes barreras infranqueables, por lo que no están dispuestas a escuchar. Se trata de personas insensibles a la verdad, que presumen con su orgullo intelectual, buscando todas sus respuestas en la razón y la ciencia.
Si alguien dice: “orar y meditar son equivalentes, pues está demostrado científicamente que en ambos casos la frecuencia de las ondas cerebrales es la misma, siendo el resultado un estado de paz”, uno se expone a su sarcástico cinismo, cuando trata de explicarle que la paz es un don de Dios y que solo Él es capaz de conseguirla en su total dimensión.
Estas personas no son permeables al Evangelio, porque el dios de este mundo les tiene cegado el entendimiento. En ese sentido es pérdida de tiempo tratar de enseñar la Verdad a gente que no quiere escuchar.
No es ni inteligente ni coherente confrontarse con personas que desprecian la enseñanza de la Biblia; invitar a gente completamente indiferente a oír la Palabra puede desencadenar en un momento desagradable, incluso puede llegar a ser un peligro.
Por lo expuesto es necesario discernir a quién conviene evangelizar, es prudente ser selectivo. El incrédulo que no quiere o no tiene la capacidad para poner en alta estima el valor de conocer a Jesucristo, el Pan de Vida, puede reaccionar como “perro salvaje” o “cerdo de monte”, pisoteando lo que no le representa valor alguno, para luego atacar y despedazar al que quería alimentarlo.
Por predicar a cualquiera, sin haber aplicado el sentido común, se puede conseguir que el Evangelio sea disminuido, pisoteado e incluso blasfemado, lo cual no hace otra cosa que causar daño, cuando la única intención era hacer el bien. A veces es mejor callar y esperar por el momento apropiado para obrar.
El creyente no debe dejar de predicar la Palabra de Dios por encontrarse ante el riesgo de ser rechazado. Debe actuar con sabiduría y discernir a quién, cuándo y cómo enseñar. Para eso la oración se constituye en un gran apoyo. Un hermano en la fe me dijo, cuando tengo dudas me entrego a Dios en oración, y si el Señor pone paz en mi corazón, entonces obro.
Si alguien nos ofrece perlas espirituales sepamos apreciarlas por su valor eterno. Tengan un día muy bendecido.