Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos. Lucas 17:10 RVR1960
Queridos amigos, recuerdo un pasaje de mi vida de adolescente cuando mis desesperados padres me ofrecieron una motocicleta en recompensa por buenos resultados en el colegio.
Estoy seguro que pensaron que sería un incentivo extraordinario que conduciría a que me esfuerce y mejore mi mal desempeño académico, pero como poco o nada me motivaba los resultados no fueron los deseados.
Les cuento esta anécdota para explicarles que yo no merecía ninguna recompensa, ni aún cuando hubiera sido el mejor alumno del curso y del colegio, pues estaría haciendo solo y únicamente mi deber en pro de mi propio desarrollo intelectual.
Pero el amor de mis padres era muy superior a mi flojera y desidia, porque no dudaron en poner su frágil economía en un posible desequilibrio con tal de conseguir que su hijo se encamine en la vía del estudio.
Si bien obedecer a nuestro Señor es una obligación como siervos que somos, o más suave como a algunos les gusta, obedecer al Dios Padre es nuestra obligación como hijos que somos, debemos ver esta condición como un verdadero privilegio que los nacidos de nuevo tenemos.
Yo pensaba que sacar buenas notas era prácticamente un acto de caridad hacia mis padres, estaba convencido que lo haría solamente por complacerlos, sin darme cuenta de mi profunda necedad. De igual manera, sería muy necio pensar que la obediencia a Dios nos hace merecedores de algún crédito especial.
Mi esposa se disgustaba con la mentalidad del colegio al cual mis hijos asistían porque no se celebraban los éxitos académicos de los jóvenes estudiantes y solo se les decía que podían hacerlo mejor. No me quiero imaginar su indignación si alguien les hubiera dicho a los alumnos lo que Jesús les dijo a sus discípulos.
Parafraseando sería algo así: hicieron todo lo que tenían que hacer, ahora digan “somos unos alumnos inútiles, pues solo hicimos lo que debíamos hacer”. Esto hubiera generado un escándalo general porque habría estado en contra de los cánones aceptables de la psicología moderna, yendo agresivamente contra la tan valorada alta autoestima.
Considero que Jesús deseaba atacar precisamente la injustificable autoestima de aquellos que orgullosamente creen que están haciendo puntos a favor por su labor de obediencia. El hijo de Dios que es obediente a los mandamientos del Padre no tiene derecho a presentar demanda alguna por solo estar cumpliendo con su deber.
Los reclamos de reconocimiento por el solo cumplimiento de lo establecido se extienden después del colegio al ámbito universitario y posteriormente al mundo laboral. De igual manera hay quienes se enojan con Dios y le increpan que hicieron todo bien, pero que Él no les reconoce ningún mérito y terminan por alejarse de Él.
Lo que no entienden es que Dios no es deudor de nadie por motivo alguno. Nunca podremos servirle tanto como para que nos diga, que logramos un trabajo extraordinario, pues jamás podremos sobrepasar el nivel de servicio que Él se merece.
Nuestra obligación ante Dios es hacer todo lo mejor posible, y si nuestra labor fuera superior al ciento por ciento efectiva, aún así no habríamos hecho nada más de lo que estábamos obligados a hacer. Si Dios decide dar una recompensa, no la otorga por méritos sino solamente por gracia.
Es preciso comprender que el Señor tiene todo el derecho sobre su creación, incluyendo al hombre. Las criaturas se deben a su Creador, quien no tiene ninguna deuda con ellos, a pesar de sus buenas obras, tampoco merecen ningún premio como recompensa al cumplimiento de su deber.
Seamos humildes con todo lo que entregamos al Señor, cuidemos de no ser avasallados por el orgullo espiritual, pensando que hemos trabajado más que bastante y que merecemos un reconocimiento por parte de Dios. Y no nos olvidemos de reconocer agradecidos el buen trabajo que hace nuestro prójimo.
Les deseo un día ricamente bendecido.