Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; más ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece. Juan 9:41 RVR1960
Queridos amigos, en el mundo político, empresarial y también en otras áreas donde se presenta el éxito se observa con frecuencia las consecuencias del orgullo.
Se ven personas jóvenes deseosas de progresar y ser cada vez mejores, sin embargo, poco a poco van olvidando quiénes son y de dónde vienen (aunque sólo con Cristo sabes realmente quién eres y adónde vas), la autosuficiencia se apodera de sus actitudes y conductas, y llegan a creer que todo lo han logrado solos, entonces sobre dimensionando sus capacidades, esfuerzos y cualidades terminan aterrizando en la arrogancia, que carcome su alma, y sus sentimientos, emociones y creencias cambian para mal.
Lo terrible es que muchas de estas personas se convierten en pedantes con aspiraciones de grandeza y empiezan a alucinar con su superioridad. Se transforman, unos más que otros, en altaneros, jactanciosos, arrogantes, presumidos, soberbios y vanidosos, que todo lo saben y todo lo pueden.
Son personas difíciles a las cuales la mayoría les hace el quite cuando puede, y no importa cuánto asciendan, la probabilidad de terminar mal, si no se arrepienten, es muy alta. Observamos en ellos una ceguera espiritual, que además demuestra un reducido conocimiento de sí mismo.
¿Se vieron, aunque sea un poquito, reflejados?
Isaías fue muy expresivo al decir: ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! (Isaías 5:21). La Palabra enseña en el libro de Proverbios 26:12 que hay más esperanza en el necio, que en el hombre sabio en su propia opinión.
Es probable que los que creen saberlo todo se encuentren pisando arenas movedizas, tal cual les sucedió a los fariseos que contendían con Jesús. Todo inicio con un ciego a quien el Señor le devolvió la vista en un día de reposo. El Maestro llevó la discusión del plano de la ceguera física al de la ceguera espiritual.
Para ver espiritualmente es imprescindible creer en Jesucristo como Señor y salvador, lo que los fariseos no hacían. Se sentían muy agraviados al escuchar que Jesús les decía ciegos espirituales. Su arrogancia, obstinación y necedad no les permitían ser receptivos a la Palabra.
Mientras otros bajaban de las nubes de la soberbia para pisar humildemente la tierra y reconocer el pecado cegador de la verdad y la justicia, los fariseos se sostenían en su elevado concepto de sí mismos; considerándose sabios eran ignorantes.
La arrogancia de los hombres puede llegar a ser tal, que buscan que Dios apruebe lo que ellos aclaman. Es como un combustible poderoso que enciende el motor de sus corazones para ir en contra de la Palabra de Dios. Seguros de sus conocimientos y capacidades persisten en el pecado de la vanidad y de la auto confianza, rechazando de esa manera el santo Evangelio.
Cuando una persona ve el amor de Cristo y no lo reconoce, se convierte en digna de condenación. No hubieran podido ser condenados o su condenación sería menor, si los fariseos hubieran sido ignorantes. Pero presumían de saber tanto y de ver tan bien, que su ceguera espiritual impidió que reconocieran al Hijo de Dios teniéndolo frente a frente.
Pidámosle a Dios que nos quite el pequeño fariseo que llevamos dentro y nos dé ojos para ver a fin de cambiar lo que podemos arrepintiéndonos de nuestros pecados, y sabiduría para entender, aceptar y hacer su voluntad.
Les deseo un día muy bendecido.