Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey. 1 Samuel 15:23 RVR1960
Queridos amigos, cuando un impío rechaza a Dios durante una conversación evangelizadora, el creyente no dice para sus adentros “sabía a qué atenerme, que no lo tome y lo deje, pues el solo se está arruinando”, sino más bien, es motivo de tristeza y de oración por el alma que continúa pérdida.
Ningún creyente, y menos Dios, se deleita en la muerte espiritual de ningún impío, por más dureza de corazón que éste demuestre, la cual suele verse reflejada, normalmente, en una cruenta defensa de su posición a través de la auto justificación. Suelen pensar que el ataque es la mejor defensa y que así escaparán con mayor facilidad del malestar que les causa el oír la palabra de Dios.
Muchos de ellos argumentan cumplir con los mandamientos de Dios, y que no necesitan seguir otra cosa que no sea la bondad de su corazón. Sin embargo, su amor por el mundo es notable, viven para la carne, manteniéndose irritables ante la menor “agresión” y su corazón no es sensible a las cosas de Dios. Se creen sabios siendo necios (Romanos 1:22) y su negligencia ante sus obligaciones para con Dios es visible hasta para el más pequeñito de los convertidos.
Saúl tenía un corazón tan carnal y engañoso como el de los hijos de desobediencia (impíos) que viven en la actualidad. Su intención era la de desmarcarse de los mandamientos de Dios que menos le convenían, pues su naturaleza caída de hombre natural le conducía a querer satisfacer lo que más le agradaba.
En el Antiguo Testamento se describen a la hechicería (adivinación) y a la idolatría como pecados muy graves, y por tanto, merecedores de muerte (Éxodo 22:18 y Deuteronomio 13:12-15), y el autor del libro de Samuel los equipará a la rebeldía y obstinación.
Saúl no fue una gran excepción en cuanto a rebeldía y obstinación, es más bien un ejemplo histórico que escoge la Biblia para mostrarnos el efecto de ser rebelde y obstinado. En este caso Dios terminó rechazando al rey deponiéndolo del trono, como termina rechazando a cualquier otro obstinado desobediente.
La obstinada rebeldía contra Dios es un pecado de muerte, quizás el que más rápido conduce a la perdición por la seriedad que implica, pues nadie que se encuentre en estado de rebeldía estará dispuesto a pedirle perdón a su Señor y menos arrepentirse de sus pecados.
El rechazo a los mandamientos de Dios es la consecuencia de la rebeldía, y la desobediencia es, por sí misma, la esencia del pecado.
Al igual que Saul muchos piensan que pueden ser desobedientes para luego enmendar su accionar con algún paliativo. Saúl pensaba realizar sacrificios para reemplazar su ausencia de obediencia.
La mala noticia para los rebeldes es que nada, absolutamente nada, puede tomar el lugar de la obediencia. La desobediencia genera una suma de actitudes y justificativos, que no hacen nada más que empeorar la situación. No se puede engañar al que conoce los corazones tapando el pecado con cortinas de humo, Él exige obediencia y, a pesar de sus misericordias, llegará el momento en que su paciencia será desbordada y con ella llegará el lloro y el crujir de dientes (Mateo 25:30).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.