El que pone atención a la palabra hallará el bien, Y el que confía en el SEÑOR es bienaventurado. Proverbios 16:20 NBL
Queridos amigos, desde la época de oro de Cervantes Saavedra hasta estos días el uso de vocablos utilizado comúnmente ha mermado y va en continua disminución.
En una conversación común y silvestre entre dos profesionales de la tercera edad se suelen utilizar hasta 3000 palabras diferentes, mientras que una conversación entre jóvenes llega a 500 con algo de esfuerzo, incluyendo las tan explicativas e infaltables imágenes, observamos una disminución dramática, que se puede describir como un empobrecimiento feroz del uso del idioma.
Por otra parte está el poco interés por la lectura que las nuevas generaciones demuestran. Recuerdo la avidez con la que devoraba los libros que eran de mi interés, y apenas salía algo nuevo de un autor de mi agrado, realizaba todos los esfuerzos para obtener el nuevo ejemplar. Poco o nada de eso observo en el entorno de jóvenes que conozco.
Me pregunto, si ni siquiera leen lo que les podría ser atractivo, ¿cómo podrían estar dispuestos a leer temas “difíciles” como los de la Biblia? ¿Cómo podrían dedicar su vida a la lectura estudiosa, que es lo más recomendable para todo creyente?
Para poner atención a la Palabra es imprescindible conocerla, y para conocerla es imperativo leerla, por supuesto que se puede recurrir a los audios de las Biblias digitales, que equivaldrían al sistema antiguo, donde solo existía la palabra hablada porque el acceso a las escrituras era difícil o porque la gente no sabía leer.
Pero la riqueza de la lectura es insuperable, a no ser que se padezca de ceguera física o de alguna imposibilidad visual. Disfrutar de la Palabra escrita es un deleite, porque se puede llegar a imaginar al Señor Jesucristo hablándole a uno en persona, o a alguno de los apóstoles dirigiéndose con amor a sus hermanos en la fe. Además de la facilidad para leer uno o varios versículos repetidamente, entre otras ventajas.
El problema es que quienes aman más las tinieblas que la luz, nada quieren saber de la exhortación de la Palabra y menos desean conocer al Dios de la Biblia, porque ya tienen sus propios dioses o ídolos. No importa cuáles sean los argumentos que se les presenten, incluido el del infierno, simplemente desechan al Dios que les incomoda. Esa es la dolorosa condición caída del humano. Por lo tanto, la sola idea de pasar un tiempo en las Escrituras repele.
Es necesaria la obra de Dios para despertar en el alma caída un anhelo por conocerle. Mientras no se tengan ojos para ver y oídos para oír lo espiritual, cosas que solo Dios puede regalar, nadie en su intelecto podrá llegar a tener el discernimiento de la relevancia verdadera de hallar el bien en la Palabra de Dios. Porque seguir las exigencias de Dios requiere de un corazón cambiado por el arrepentimiento genuino, que a su vez solo puede ser donado por Dios.
El arrepentimiento no es un acto de sentimientos, es más bien la tristeza que es según Dios la que produce arrepentimiento (2 Corintios 7:10). Es el profundo dolor que tiene el pecador por saberse un agresor de la santidad de Dios. Es una clase de tristeza que aleja del pecado y que tiene como consecuencia la salvación.
Para arrepentirse es necesario ser guiado por el Espíritu Santo a fin de conseguir convencimiento de pecado, y para dejar de pecar es necesario ser entendido en la Palabra, por lo tanto, se hallará el bien, pues se entenderá, que no existe regla, norma o ley más alta que la Palabra de Dios.
Cuando se lee, se escucha y se hace caso a la Palabra de Dios, porque se confía plenamente en Él, se obtienen dos frutos valiosos: el bien y la dicha. El genuino seguidor de Jesucristo llega a la felicidad verdadera siguiendo su verdad y su justicia, lo cual se traduce de la maravillosa bienaventuranza de ser bendecido escogido del magnífico Creador de todas las cosas.
Les deseo un día muy bendecido.