Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia.” Daniel 4:37 RVR1960
Queridos amigos, uno de los grandes pecados del hombre es la soberbia. El humano sin Dios se piensa poderoso por el alcance de su inteligencia y capacidades, cree que todo lo puede, y el mundo se ocupa de hacérselo creer.
El humanismo unido a la metafísica prometen grandes cosas, tales como deséalo, focaliza, esfuérzate, anhela con la suficiente fuerza y lo conseguirás, pues tú puedes, especialmente si quieres. Si te propones, lo puedes lograr.
Sin duda se pueden conseguir muchas cosas a través del esfuerzo y la perseverancia, pero hay otras tantas que por más esfuerzo que se le ponga no se conseguirán. Una de esas es la salvación por obras.
El problema es que la capacidad del hombre es enaltecida, como si todo lo que tiene, no fuese recibido de Dios. La soberbia domina en el corazón de aquellos que no reconocen la mano del Todopoderoso en su inteligencia y habilidades.
El gran Nabuconodosor durante el mayor tiempo de su vida creyó ser omnipotente, pues era muy consciente de su grandeza, sin duda fue uno de los reyes más destacados que el mundo antiguo haya conocido. Teniendo el mundo a sus pies su corazón se llenó de orgullo.
No obstante el gran poderío terrenal de este arrogante príncipe el Rey de reyes y Señor de señores no tuvo ningún impedimento para someterlo y humillarlo. Hizo que abandonase su trono para ir a vivir junto con los animales del campo en calidad de bestia. Perdió la razón y comió hierba como el ganado, le crecieron los cabellos y las uñas al extremo de parecer una bestia más.
Su soberbia estaba siendo castigada, pues no quería reconocer que había alguien superior sobre él, que domina sobre el reino de los hombres, y que ese ser superior es soberano, pues decide a quién dar y a quién quitar.
Después de tan tremenda prueba Nabuconodosor se doblegó y alzando los ojos al cielo, recobró su razón, y bendijo al Altísimo y alabó y glorificó al que vive para siempre. Reconociendo el dominio eterno de Dios, su gobierno sobre todas las cosas, su soberanía para reinar y su incuestionable proceder (Daniel 4:34-36).
Para el humano común y corriente debería ser suficiente ver el poder ejercido por Dios sobre uno de los soberanos terrenales más poderosos de la historia, para saber que su Creador puede hacer lo que le place, o ¿habrá algún soberbio pecador que no pueda ser doblegado?
Pero reconocer la existencia de un ser superior con poder para realizar cualquier proeza no es suficiente para que obre. Es imprescindible reconocerse como siervo del Señor Jesucristo para que el Dios Padre proceda a darle nueva forma nuestra vida. Es indispensable humillarse ante el Señor proclamando su señorío, postrándose humildemente a sus pies.
Nabucodonosor tuvo que perder su dignidad de príncipe en gran humillación para ser bendecido. Solo Dios puede restaurar la dignidad perdida a través de la obra salvífica de su Hijo Jesucristo.
En Job 40:11-12 tenemos una excelente descripción de cómo Dios obra con los impíos soberbios: Derrama el ardor de tu ira; mira a todo altivo, y abátelo. Mira a todo soberbio, y humíllalo, y quebranta a los impíos en su sitio.
Sin duda el quebrantamiento o la aflicción es uno de los mejores instrumentos para acercarse y humillarse ante Dios. Es bueno saber que no habrá ninguna prueba que dure más de lo necesario para conseguir el objetivo para el cual fue enviada. Pero antes hay que reconocer a Jesucristo como Señor y salvador.
Este también es un mensaje para todos los poderosos, en especial las personas en posición de autoridad. Deben someterse a los preceptos de Dios y a su suprema autoridad, sabiendo que Él es quien los encumbra y los destrona (Romanos 13:1).
Les deseo un día muy bendecido.