Produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza, no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Romanos 5:3-5 RVR1960
Queridos amigos, era difícil ser cristiano en Jerusalén y quizás más difícil todavía en Roma. Los cristianos verdaderos desde sus primeros tiempos han vivido con mayor o menor opresión, pues la oposición hacía ellos se mantiene aún en estos días.
Algunos admiraban su valentía al enfrentar a las bestias del circo romano, pero una gran mayoría los despreciaba por morir sin desesperación, con una tranquilidad solamente atribuible a una fanática locura. A los impíos les era imposible comprender los dones de paz y gozo presentes en los corazones de los bendecidos con la maravillosa gracia de Dios. No entendían nada del feliz estado de gracia de los creyentes verdaderos, ni de la firmeza y seguridad otorgadas por Dios.
Pablo aseguraba que morir es ganancia. Para el corazón del impío eso suena a locura, porque no consigue imaginar ni valora la esperanza de recibir el tierno amor de Dios y la sublime belleza de morar en la compañía del Señor Jesucristo por toda la eternidad. El impío en su maldad puede llegar a ver tendencias suicidas en las palabras del apóstol, y es así, porque no tiene ojos espirituales para ver.
Los cristianos genuinos no buscan la muerte, pero si se les presentase, la recibirían gozosos gracias al consuelo de la vida venidera. Por fuera se ven iguales, pero internamente han sido llevados a otro estado. Han dejado atrás su vida de pecado, su condición de ofensores a Dios sin posibilidad de reconciliación ha cambiado radicalmente. Saben que pueden confiar plenamente en el poder de su Creador y Padre. Dicha condición otorga firmeza, que a su vez les da fortaleza para mantener una perseverancia sostenida por el poder de Dios.
Algo más cercano y palpable son las pruebas y dificultades que se van presentando en el transcurso de la vida. Y el cristiano genuino también se goza al enfrentar pruebas y dificultades, porque sabe que éstas le harán crecer espiritualmente.
El regocijo del creyente en las tribulaciones no se debe a que le guste el dolor que estas causan, sino a la seguridad de que Dios usa las pruebas y dificultades para desarrollar y fortalecer su carácter. A través de un carácter firme en Jesucristo la paciencia del convertido es acrecentada y su confianza en Dios se profundiza.
El dolor a causa de las tribulaciones no es nada agradable, cualquiera desea que sea quitado lo antes posible, sin embargo, la paciencia consigue que se las soporte con paz y gozo. La poderosa gracia de Dios obra en los momentos difíciles y las consolaciones divinas llegan en abundancia.
La paciencia aquí mencionada no es fruto de una fortaleza interna propia del individuo. En la historia de la humanidad se conocen casos de personas impías que sufrieron grandes padecimientos con un estoicismo admirable, que muy probablemente es atribuible al orgullo de no querer perder su dignidad y menos humillarse ante nada ni nadie.
El creyente es bendecido con la paciencia como parte de la gracia, que no es otra cosa que una actitud de mansedumbre ante el mal presente, que en todo caso puede ser descrito como un mal positivo por parte de Dios.
La esperanza en Jesucristo no avergüenza ni desilusiona porque Dios es fiel y está sellada con la garantía del Espíritu Santo. El nacido de nuevo pone su mirada en Jesucristo para creer en Él como su Señor y salvador, y empieza a vivir con la esperanza de la vida venidera. A partir de su nueva experiencia cristiana el convertido puede observar de manera objetiva una transformación en su ser interno, la cual refuerza la esperanza existente
El mundo podrá burlarse y querrá avergonzar al creyente que manifiesta tener gozo en su tribulación. Pero el fiel amor de Dios jamás lo avergonzará en su esperanza, más bien la reforzará a través de las consolaciones del Espíritu Santo.
La esperanza en Dios que los creyentes verdaderos tienen, no es una ilusión que no tardará en desvanecerse, como muchos podrían pensar. Tampoco es producto de un loco fanatismo. Simplemente se sustenta en el amor recto y eterno de Dios y en su infinito poder.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.