Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando estas falten, os reciban en las moradas eternas. Lucas 16:9 RVR1960
Queridos amigos, la parábola de la cual forma parte el versículo tiene dos personajes: el administrador de los bienes y el amo.
El administrador aprovechaba de la ausencia del amo para usufructuar de manera indebida de sus bienes. Cuando el amo se dio cuenta, el administrador se vio perdido y para salvar su pellejo de alguna manera se puso de acuerdo con los deudores para falsificar sus cuentas pendientes a fin de que aparecieran montos de deuda menores.
El administrador mostró ser muy sagaz, porque por una parte los deudores de su amo quedarían en deuda con él, por otra parte estaban involucrados en el fraude y sujetos a ser chantajeados en cualquier momento.
El amo no se escandalizó cuando se encontró ante tan deshonesta situación, más bien reconoció que su administrador había obrado con sagacidad y término alabándolo. Llama la atención la reacción del amo, sin embargo, es visible que se parecía mucho en la sagacidad a su administrador, pues alabó su habilidad, aunque estaba disgustado con el fraude.
Las riquezas verdaderas se contraponen a las riquezas injustas, pues las primeras suelen estar acompañadas de bendiciones espirituales y las segundas pueden satisfacer temporalmente a quienes las poseen. Un sinónimo de riqueza injusta es la riqueza mundana, es decir aquella riqueza que se consigue bajo parámetros del mundo, como lo hizo el sagaz administrador.
Sin importar de dónde provengan ni cómo se consiguen las riquezas, el hombre es solo un mero administrador de ellas, porque el verdadero dueño de todas las cosas es Dios. Por tanto, las riquezas deben ser utilizadas para la honra de Dios y bajo los principios que Él impone.
Todos somos responsables de los bienes materiales que Dios pone a nuestra disposición. De nosotros depende sacarles el provecho debido. ¿Podrá Dios acusarnos de habernos comportado como el mayordomo dilapidador? Considero que nadie se salva de tal acusación por el egoísmo inherente de la raza caída a la que pertenecemos.
La enseñanza de la parábola no se dirige hacia el necio y pícaro actuar del mayordomo, de ninguna manera se nos enseña a seguir el fraude, más bien se nos invita a seguir esa perseverancia para conseguir los objetivos. El hombre mundano se toma el tiempo para analizar y pensar cómo enriquecerse más de las cosas terrenales. Los creyentes debemos tomarnos el tiempo para meditar en cómo enriquecernos más de las cosas celestiales.
Ojalá que los hijos de Dios tuviesen la misma energía de los hombres del mundo para perseguir los objetivos de arriba. Los bienes materiales con los cuales Dios bendice no deben convertirse en maldición. Es menester para los hijos de Dios demostrar que son sus herederos, y esto se hace gastando en uno mismo con mesura y dando al prójimo todo lo posible.
De nada sirve ser materialmente rico si no se es rico en fe. Las riquezas terminan llevando a la mayoría al camino del desastre, además suelen desaparecer tan rápido como llegan. Hagámonos tesoros en el cielo, pongamos nuestro corazón en las cosas de lo alto (Mateo 6:19-21).
Quienes tienen a Dios en su vida son verdaderamente ricos. Él no escatima en compartir sus riquezas espirituales y nos hace ricos en fe, enriqueciéndonos con su presencia, con sus bendiciones y con sus promesas. Bendigamos a Dios en todo tiempo, que su alabanza esté de continuo en nuestras bocas (Salmos 34:1 RVR1960).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.