Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. 1 Samuel 1:26 RVR1960
Queridos amigos, ¿habrá algo que deseemos entregar a Dios, que no haya venido primero de Él? Podemos afirmar, con plena convicción, que todas nuestras ofrendas dedicadas a Dios fueron primero regalo suyo para nosotros.
Ana es la protagonista de esta historia, ella era la primera esposa de Elcana, quien tomó a Penina como segunda esposa a causa de la esterilidad de Ana. Penina tenía hijos, mientras que Ana no podía concebir. Como suele ser, Penina hacía escarnio de Ana por su condición de estéril.
Elcana amaba a Ana de manera especial, pues había sido su primer amor, y la consolaba, dándole una porción especial para los sacrificios a Dios que realizaban año tras año en Silo. Se ve que se preocupaba por ella, además de no increparla por no darle hijos.
En una ocasión Ana empezó a orar al Señor con gran angustia a la vista del sacerdote Elí. Llorando desconsoladamente, hizo una promesa a Dios, diciéndole que si la bendecía con un hijo, ella se lo dedicaría entregándoselo a Él para toda su vida de una manera incondicional, incluyendo el voto nazareo. Recordemos que la falta de hijos para una mujer israelita era motivo de deshonra, entre el pueblo existía el pensamiento de que era un castigo de Dios por algún pecado cometido.
La devoción de Ana hizo que orase por largo rato en voz baja. Elí podía ver el movimiento de sus labios, pero no podía oír sus palabras y pensó que la mujer estaba borracha. Ofendido porque una ebria estaba mancillando el templo, la increpó exigiéndole que dejase el vino.
Ana le explicó que no había bebido nada de contenido alcohólico y que solo era una mujer angustiada, que había querido desahogarse delante del Señor, orando debido a su aflicción.
Elí, al darse cuenta de su error, le deseo paz y que Dios le concediese lo que estaba pidiendo. Ella asumió las palabras de Elí como si viniesen de Dios. La paz del Señor se asentó sobre Ana, que después de despedirse, se fue a comer, y desde ese momento cambió su semblante y su actitud, dejó de sentirse sola y derrotada. Ese cambio de actitud se debió probablemente a su oración sincera ante Dios y a su decisión de dejar su problema en manos de Él.
Su oración humilde y entregada fue eficaz. Al poco tiempo Ana concibió y pasado el período de gestación dio a luz un niño y lo bautizó con el nombre Samuel, pues dijo: “Al Señor se lo pedí”. Un milagro de Dios, porque era fisicamente imposible que Ana se embarazase.
Llegó el tiempo en que Elcana debía volver a Silo para cumplir su promesa de sacrificio anual al Señor. Ana decidió quedarse con el niño, pienso que fue una decisión difícil, pues decidir entre disfrutar al niño y dejar de ir a adorar al Dios que le había quitado su afrenta, era complicado decidir.
Ana había decidido entregar al niño para el servicio a Dios por el resto de su vida, entonces no nos debe llamar la atención que haya tomado la decisión de quedarse en casa disfrutando de él hasta que fuese destetado. Al parecer la costumbre de amamantar se extendía hasta los 3 años de vida de los niños.
Cuando finalmente llevó al niño para cumplir su promesa, no obvió el estricto cumplimiento de la ley de Moisés, sacrificando un becerro y dedicando harina y vino a Jehová. Considero importante aclarar que Elcana había estado completamente de acuerdo con el deseo de Ana.
Se dirigió a Silo y se encontró con Elí. Le explicó el motivo de su viaje, recordándole su conversación de hacía unos años atrás. Mostrándole al niño, le manifestó que por él había estado orando y que Jehová le había respondido a sus oraciones.
El siguiente paso sería dejar al niño bajo el cuidado de Elí, pues lo estaba dedicando a Dios. Ana estaba renunciando a su pequeño amado y deseado hijo, pero en realidad la renuncia no era tal, pues la vida de Samuel le correspondía a Dios. El Señor se lo había dado, ella se lo estaba devolviendo. Una ofrenda magnífica a Dios, que demuestra entrega y confianza plenas.
Preguntémonos: ¿cuán dispuesto tenemos el corazón para dar ofrendas similares a Dios? ¿Cómo nos estamos presentando ante Dios? Para meditar.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.